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02 de Septiembre, 2010    General

Epistolario




 

 

 

¿A mi Corresponsal, tal vez, podría ir dirigida esta estática odisea, que cruza rizo por rizo cada centímetro escribible de esta cuartilla? En su transcurso, el tiempo y la precisa medida de mis cursivas, hacen pasar a mi simulada impaciencia por un imperceptible tamiz, que logra dejar a mi espíritu sin impurezas, para que la punta de mi bolígrafo se deslice crudamente, consumiendo el blanco de cada renglón, que vaticina otro renglón vacío.

 

Ser huérfano de tu afecto es algo que sabe extraño. Uno empieza a notar que los meses ya no tienen festivos. Y se vive aguardando despertar y haberlo olvidado todo.

 

¿Con qué motivación comenzaría a consolar tu intocable melancolía, si sé de antemano que estas palabras no tienen más destino que una ermitaña caja de zapatos? Antes que Hades reemplazara las anochecidas visitas de Morfeo, sé muy bien que prometí contestar tus cartas lo más deprisa posible, para que mis caligrafías te enamoraran de nuevo y así –ante la orgullosa Soledad-, prometieras nuevas monogamias, fecundadas en tu pretérito corazón por estas demostrativas tintas. Lamento mucho que tantos años hayan separado tus viajeros párrafos de mi impotente contestación.

 

Ahora que el azar nos ha cerrado las abruptas puertas de los reencuentros inesperados, en vez de recordar nuestra particular intimidad, nuestras deliciosas oralidades, o nuestro prócer cariño, casi siempre cuando evoco memorias que ningún siglo desgasta, pienso en todo lo que te he ido prometiendo a lo largo de nuestras mitigantes hablas y, todavía hoy, no conseguí darte, ni siquiera en mitades. Ahora que mi sol se esconde en otro este, me doy cuenta que no he hecho todo lo que pude para estar a tu lado. Y viviré con este dulce remordimiento para siempre, pues se me hace más que difícil el regreso a mi querida tierra cuando supe que ya no me esperarás más. Frente a un obispo frustrado te he prometido amor para siempre; y aún mantengo mi devoto empeño. Pues tú ya sabes que  las cópulas y las miradas nos engañan, por un segundo, con un amor instantáneo, pero que muere a la primer convivencia. Y mueren más todavía cuando uno espera que todas las rutinas futuras sean una minuciosa réplica de los momentos en que habíamos conseguido la rebosante felicidad.

 

Cuando ayer las ineficaces estrellas interpretaban para los campos de trigo  y para los caballos cuadrúpedos el opus de sus copiosas costelaciones, pensaba que estas letras tartamudas deberían rendir un homenaje a los injustos años que hemos forzado imprevistos acercamientos; honor a las catástrofes superadas y, también, un suntuoso tributo al fruto de nuestro amor. Estos demorados epistolarios merecen completarse con oraciones que sólo unos pocos puedan escribir. Ojalá yo estuviera en condiciones de mil cursivas que honraran a tu entendimiento vencido.


En la víspera de este otro día, ahora que el sol nos da un respiro de 2 ó 3 horas comparado con la estación pasada, se cumplió un año entero de haber llegado a este país guarnecido de abundancia. Y yo me detengo a pensar si es que los que fueron míos y tuyos irán de vez en cuando a visitarte, si hablarán contigo a través de la espesa tierra cenicienta. ¿Quién te convidará cigarrillos, ahora que esos artísticos dedos sostienen nada más que la ingravidez? ¿Qué será de tí tras cinco claustrofóbicos años? ¿Qué dirán de ti las personas del barrio, donde prodigaste tu dulce niñez y exótica adolescencia? Ahora que ya no existen posibilidades de nuevas misas: ¿Los mendigos de las iglesias recordarán en algún futuro que nuestras manos se separaron para darles una patética moneda? Todas esas cuestiones no se encargarían de cambiar algo. Y sin embargo tu eterna ausencia exige que las resuelva. Será que los hombres sólo son dignos del amor de los ángeles cuando se dejan transportar por fantánticas inquisiciones, que no tienen enmienda. Me gustaba mi vida como si se hubiera tratado de una confiada aventura. Ahora nada más mis escrituras borrocas sólo recuentan ciertas partes de mi ayer anecdótico: como si mi mente o mi memoria fuera una elite de de vivencias, yo quiero únicamente contar mis arrepentimientos para que en mis indagadores, promuévanse valentías inspiradas por mi tremendo vacío soportado.

Y contarles a través de dignificados relatos lo equivocado que yo estuve, pensando que siempre nos espera una revancha. Yo ya nada más preferiría que esta vergüenza se vaya enterrando en la desmemoria. La inundada osamenta me advirtió que nos arriesgamos a perder mucho por esa soberbia confianza que depositamos en la perpetuidad. Las cosas se pulverizan.

 

 

 

 

 

 

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publicado por terracota a las 18:47 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
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