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06 de Abril, 2010    General

Como un juego de niños


 

Siempre he dicho que a las penas

debemos enfrentarlas con la hoja y con la pluma. 

que la angustia solamente puede ser vencida

si nosotros desenredamos de a poquito

los hilos que entretejen su madeja.

 

 

 

 

Luego de otra amarga noche escribo

para que el papel me enseñe ahora

la lección que ayer no pude

aprenderme de memoria.

 

 

Pues siempre salteo

en los manuales del dolor vivido

la teoría que me hubiera sido imprescindible

para que en próximas partidas de palabras

nadie pueda hacerme trampas

sin temor a que lo vea.

 

Mi hoja siempre es una gran alternativa;

un privado ambrosía que me cura,

y tiene el código de la complicidad,

que a mí tanto me falta cuando estoy ante terceros

para confesar mis ideales…

pues ya tengo miedo al plagio que traiciona.

 

Una a una mis ideas completan

con inerte manuscrita,

los párrafos en blanco todavía sin cubrirse.

me dictan al oído palabras que yo ignoro,

palabras repetidas, o palabras que no riman.

 

Quiero hacer notar

que algunas cosas me molestan.

Pero mi corazón adoctrinado

se escuda en el silencio

 

 

Pisar otra vez alguna calle

sin sentir nuevas vergüenzas.

Y que el texto que me falta

para acabar este poema

se llenase de palabras…

Sin yo hacer esfuerzo alguno.

 

 

Yo quisiera escribir este poema

como si el día de ayer no haya existido;

Y así los afectos que he perdido

aún querrían leer mis manuscritos.

 

 

 

 

Ya no deseo decir más suposiciones.

desearía encontrarme todo el tiempo

con verdades en mi boca.

 

Desearía no tomarme la vida tan enserio;

así nunca más lastimaría a mis queridos.

 

 

Y de repente aparecen negaciones,

-cuestiones de la vida-,

Que no me hacía falta contestarlas.

Ideas y utopías y mil suposiciones;

me nacen en el pecho y me piden que las cuente.

 

Me nace, por ejemplo, (y aquí yo me detengo):

 

Si otra vez en un mañana

pudiera ver la vida como un juego

que se acaba el día que morimos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Si el Señor me concediese

que mi vida volviera a ser un juego,

yo ahora nunca más me dejaría

perder tantas partidas,

sólo porque el poco endimiento me da pena.

 

 

Y a mi niño dejaría de exigirle aquellas cosas

que yo sé no puede darme.

 

 

 

 

 

 

Así yo ganaría en esta mano

(que pareciera ser irrelevante),

muchos años más de vida:

Pues si todos nos fijásemos un poco

podríamos notar que nuestro niño sufre mucho

y envejece muy de golpe

cada vez que el padre le molesta

con cuestiones moralistas.

(Estas cosas no son inteligentes).

 

 

 

Si en un mañana pudiera yo otra vez

ver la vida como un juego que termina

en el día en que morimos:

Pues ya mismo empezaría a recorrer

los países donde alguna vez yo haya vivido;

Entonces buscaría la palabra y el perdón

De quienes mi soberbia en un tiempo ha lastimado.

 

 

 

Y así yo ganaría

(Si el Señor no se ofendiera demasiado)

el derecho a reclamar en el día de mi muerte

la entrada al Paraíso

 

Pues habré tenido méritos de sobra.

 

Si yo pudiera ver la vida de nuevo como un juego

que termina en el día que morimos:

No me pelearía nunca más con mis amigos

por defender el psicoanálisis;

Y me tomaría en cambio un tiempo largo

para practicar caligrafía y pensar cada palabra

Que yo debo que decir al otro día.

 

 

 

 

Entonces si en mi barrio alguien viniera a preguntarme

qué me pasa, porqué tanta tristeza:

En seguida podría desahogarme de mis penas

contando al menos un relato

de aquella mujer que no he tenido.

¿Cómo puede alguien saber completo el verso

que nace y muere en nuestro pecho?

 

 

 

 

Desearía que la gente que vive al lado mío

entendiese que la vida debiera ser tomada

de cuando en cuando un poco como en juego.

Y así tal vez luego de alguna discusión inesperada,

quien no sea propietario de la última palabra

felicite a su adversario en muestra de respeto.

Y cada diferencia de ideales

finalice con las manos estrechadas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Si yo pudiera otra vez en el futuro

ver la vida como un juego de niños:

Recurriendo a la nobleza dejaría sin palabras

a quienes buscan mi discordia.

Pues no me importaría demasiado

ser un poco más inteligente

si con eso yo frenara

los discursos de dobles intenciones.

 

Aunque dudo mucho que aquellos jugadores

que participan en esta competencia

(que se finaliza el día en que nos vamos de este mundo),

entiendan de inmediato que no vale la pena

hilar palabras al discurso...

Para que la vanidad salga ganando.

 

 

 

Apreciaría mucho más a mis defectos,

y con toda la nobleza

que yo pudiera tener en esta vida

los defendería con grandes argumentos

que enternezcan el corazón y los oídos

de mis posibles detractores.

 

Entonces yo daría media vuelta

y mientras me persigue el ambiente silencioso

andaría muy tranquilo y sin tener que preocuparme;

pues daría por ganada esas partidas

que tienen pocas reglas

para las palabras que se usan.

  

Y si otra vez me levantara

con muchas ganas de morirme:

Ser sincero.

Y no escribir en un cuaderno de bitácora

que la vida merece ser vivida.

 

Después de todo

en el papel se quedan las lágrimas escritas.

¿Acaso no es la poesía una tristeza

que se apura hacia afuera de nosotros

en busca de la hoja?

 

Si en un mañana pudiera yo otra vez

ver la vida como un juego

que se acaba en el día que morimos:

Revisaría más seguido el diccionario

y buscaría más sinónimos

para mi vocabulario repetido,

por si acaso mis letras aburrieran,

yo tendría mil sinónimos

para definir un sustantivo.

 

De yo volver a ver la vida como un juego

que se acaba en el día que morimos,

me preocuparía más por darle a ustedes

versos nuevos

En vez de corregir tanto los ya escritos.

 

Y así de paso dejaría

-por al menos un momento-

mis anonimatos por completo;

Pues aunque el cristianismo

me recomiende ser modesto

en verdad quisiera por lo menos

un ratito a la semana,

un minuto o una hora,

que la gloria me durase.

O reconocimiento por todo lo que escribo

(Yo sé que vale un poco).

 

 

 

 

 

Hoy la guerra ha terminado

Pero papá no volvió con la bandera:

Ya no tengo quien me lea

los pinochos de la noche;

Y si otra vez naciera:

No tendría quien me enseñe

a pedalear en bicicleta.

 

Si yo otra vez naciera viviría en este mundo

Como si fuera un largo jugar a la rayula.

Los hombre malos enterraron a papá

bajo una cruz que tenía mil estrellas.

Y un cajón que suena (si alguien lo golpea)

Igual a los tambores...

 

 

 

Que tocaban en la guerra.

 

 

 

 

Degüello

6 de abril de 2010

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05 de Abril, 2010    General

El Yunque del Platero






 

 

 

 

 

 

Suponiendo que la originalidad prosaica sitúa a nuestro pensar sobre un puente que nos cruza desde la vida cotidiana hasta el extremo de la fantasía, y en la fantasía nos quedásemos por un momento, olvidándonos de nuestros peores fantasmas y, a su vez, ese reemplazo momentáneo de pensamientos curase de a poquito nuestra memoria, disolviendo viejos recuerdos a fuerza de renovadas y benévolas imaginaciones salvadoras, producidas espontáneamente por subliminares asociaciones logran crepitar nuestras almas a causa de cada nueva oración leída a lo largo de toda la lectura... Pues entonces yo buscaría la manera de que, en estas pocas líneas, se resumieran los mejores autores del mundo entero, para que así nuevos libros compensen el vacío que causó dentro de mí la Suerte o el Destino. Y la lectura de mis letras vaya disolviendo lamentablemente viejas literaturas que aún están reinando en mi memoria real.

 

Ni siquiera deseo comenzar este bendito epistolario con una oración que ya te hubiera dedicado a ti o a cualquiera de mis otros corresponsales. Y si fuera cierto lo que estos párrafos fatalistas opinan, tus ojos desechos se irían recomponiendo en cada sentencia que te exprese. Si yo pudiese revivir con la originalidad y tú, aún a obscuras, fueses capaz de releer mis confesiones, pues yo le inventaría un nuevo nombre a cada una de mis lágrimas. Y cada línea mía reconstruiría una por una a tus células perennes. Pero también trataría de ser cauteloso esta vez, para dar a esta carta la lectura necesaria pero justa. Y así tengas una interpretación misericordiosa de mis nostalgias. Ni siquiera sería necesario que te esforzaras más allá del pasivo movimiento de tus pupilas incalculables. Y así, otra vez, ese pecho que nadie mortal poseerá de nuevo reservaría un hueco para tu alma bohemia.

 

Ahora que un crujido poco distante casi parte mi inspiración por la mitad, y yo ya estoy indeciso entre seguir adelante o descansar en la triste y solitaria compañía de los mates meridionales, te confieso, vida mía, que me arriesgaré a tocar de oído una melodía que está sonando en el centro de esta rehusada hombría. Ojalá la mala mano que nos ha jugado el Destino o la distancia, no me reste deseos de corregir este arrepentimiento, creando destinatarias frases que terminarán -sin duda-, encerradas en la cajonera donde guardaste impuestos y vacunas, pues ningún correo llega ahora hasta el ese búnker de madera que asila a tus linfocitos. Pero aún bajo llave, mis palabras estarán eternamente deseosas de una reencarnación. ¿Que serás en tu próxima existencia, de ser el budismo cierto? Pero más me preocupa todavía cómo te reconoceré si en veinte años, cuando tengas la edad que tenías cuando el Señor cruzó nuestros caminos, un azar reiterativo te acercara a mí en un cuerpo distinto.

 

Desearía que todavía vivieses en una casa con tejado rojo; y que una mañana el cartero pudiera rastrear tus puertas. Y ubicara en tu intranquilo buzón grisáceo estas palabras dedicadas. Pero como sé que lo posible se opone con todos sus argumentos a estos deseos míos -pues Dios ha elegido ponerte al cuidado de otros jardines que no fueron nuestros-, desearía que tus ilustres miradas pudieran avanzar hacia la culminación de esta epístola, y mis dilatadas palabras te sonaran cada vez más interesantes, para que así destraben nuestras creencias de vida y muerte, y entonces puedas, temporalmente, amanecer en un mundo dónde las compresiones diseminarán a los pequeños intrusos agusanados que usurparon esa inalcanzable casa tuya. Ojalá mis cursivas salvadas en estos imaginarios folios tuvieran magia suficiente como para que tu cuerpo vuelva del País de la Inacción. Y de nuevo algún mortal se sorprenda con tu sonrisa blanca. Lo fantástico ha sido un haber en el hogar de tu alma, tanto tu pasado como tu presente, por eso es que no descarté aún que toda esta tontería de resurrecciones tenga razón para la excepción...

 

Pero ahora que el dolor nos ha ofrecido el despreciable mapa de nuestro histórico destino, ningún mensajero podrá encontrar el epíteto número de tu casa obscura. Quizás de haberlo adivinado, pude mandar un anticipado sobre para el lucrativo cochero, quién sin arrear ningún caballo te llevó a unos jardines llenos de ángeles que serenan a las arpas y a las trompetas. Pero cuando ya es tarde para cartas o los reencuentros, vuelvo al desintoxicante hábito de mis cursivas. Pues quiera mi Señor que por cada línea que se me ocurra, este papel en blanco vaya perdonando mis inútiles afectos.

 

En el papel se quedan nuestros desamores o nuestras dichas. Pero tantas ideas, tantos miedos, tantos impulsos, me dicen al fin que, aunque escribiese mil horas seguidas, no bastaría para testificar sobre toda esa perpetua angustia que me dejó la notificación del vuelo que jamás aterrizó en Madrid.

 

Lo tortuoso, lo burlante, lo desesperante, es ahora para mí un mirar hacia el futuro de mis pensamientos, y levantar el ancla que me varaba en la luminosa playa de tu existencia. ¿Que habrá sucedido en mis propósitos? –pienso-. ¿Acaso la pereza logró que yo otra vez optara por el camino más prometedor para ambos, en lugar del más seguro? Evité escuchar la caja negra porque no quería reconocer a tus gritos entre la maraña de desesperados cayendo al mar. Y no dejo de pensar en el último sentimiento de mi niño. A veces desearía que se hubiera ido más adelante, cuando la patria potestad llega al punto de su libertina caducidad. Dios no le concedió más tiempo para sufrir. Mi niño no tuvo oportunidad de hacer soñar a una princesa. Una pesada carga de infantiles utopías lo sumergió primero que a ti: románticos héroes que persuadieron mis ideales a lo largo de su corta antología. Si ese candoroso prepúber todavía fuera al colegio, yo ahora no estaría llorando por que mis libros no se comprenden. Tal vez, querida, si la casa de la muerte tuviese una dirección, hubiera bastado con una que otra palabra mía, para que ustedes pisaran la calle sin señaladores donde hoy residen mis huesos latinos. En cambio ahora: algún día viajaré sobre el Atlántico y pensaré que visito ese hogar, incapaz de retener los suspiros de ustedes, ya que en burbujas salen a la superficie los alaridos que emiten socorros, como si luego de atravesar el ancho fondo del mar, al resurgir al oxígeno se oyeran los alaridos.

 

Pero las circunstancias son al fin la realidad a la que debemos ceñir nuestros ineficaces planes. Los míos, mi vida, son infecundos sueños que me hablan sobre la posibilidad de que la resurrección fuera un universal y accesible truco de magia bondadosa. Nuestra despedida final me propuso estas ingenuas fantasías, pues Dios se negó a contarme el secreto de su poder más codiciado. Y aquellas mentalidades inalcanzables son un símil de la masa del herrero impactando, con su fría mole uniforme, sobre la superficie del yunque siempre negro. Y un golpe tras de otro mi reducido corazón se paraliza intermitentemente.

Allí vienen y van mis fantasías. En una mente sana, íntegra, los deseos vienen y van como si fueran pájaros volando en el cielo de nuestro entendimiento. Mas en la mía, ya contaminada con filosofías y metafísicas de segunda mano, los sueños son aplastados por el martillo de mis condicionamientos impiadosos. Y así, como si mis correcciones fuesen minotauros embistiendo el corazón de sus detractores, eludo enfrentarme con la partida, esperando que todo acabará por revertirse alguna vez.

 

 

 

Degüello

 

 

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02 de Abril, 2010    General

La Playa de Mi Vida (Huellas)











 

 

Antes de cumplir los veinte aniversarios,

Yo creía que en el mundo el amor era posible.

En ese entonces mi corazón se enamoraba

De todas las lecturas que leía:

Pues yo hace mucho tiempo

Creía que en los libros

Se encontraba la verdad que iba buscando.

 

Así una vez leí de un niño

Que venía de otro mundo;

Y me enojé con todo el que decía

Que a las rosas nunca había que escucharlas.

 

Leí también literaturas

Que a su tiempo me habían parecido,

Soberbias moralejas para el mundo en que vivía:

Yo sentía que sus mágicas sintaxis,

Me perdían en abismos submarinos

Y planetas fabulosos

Donde amanecía con dos soles

Y dos lunas cremita me acunaban

Cuando la luz se despedía

En su bipartida melancólica.

En la ardiente ruta de mis veinte aniversarios,

Yo me enamoraba de todos los poemas como este.

Pues hablaban de valores (que si ahora me fijase),

Yo diría que en un corazón cuerdo

No se habían inspirado.

 

Y entre todas las lecturas

Que he leído hasta esa época,

Leí también en una tarde

Sobre un hombre repasando

El recorrido por la playa de su vida:

 

Dos pares de huellas que iban juntas

Dejaban  evidencia

De que Dios le acompañaba

En sus momentos más felices.

 

Pero en sus horas de más pena,

Notó con decepción un solo par de huellas,

Emblema de la pura soledad indivisible,

A la hora en que Dios nos pone pruebas.

 

¿Por qué Señor – le preguntó – ,

Has andado al lado mío solamente en alegrías?

Y en cambio me has dejado caminar en solitario,

Por la playa de mi vida

Mientras te he necesitado con urgencia.

 

Pero Dios le consoló

Con Su marcial sabiduría,

Pidiendo que examine nuevamente

Las arenas de su vida:

 

Para poder seguir andando juntos

Por la Playa de tu Vida

En los momentos más difíciles

Verás un solo par de huellas

Que demuestran apatías,

Porque yo te llevé en brazos,

Para poder seguir

En un mañana andando juntos,

Codo a codo

Por el vado de tu vida.

 

 

 

 


¿Cuántos pares de huellas iré dejando

Por  la playa de mi vida?

Pues yo siento que a medida

Que mis pisadas dejan marcas

En las impredecibles y cambiantes

Costas de mi vida

La gran carga que yo arreo

Va borrando cada paso que se marca

Y en vez de un rastro va dejando

El desafiante surco que divide

En dos mitades

A la historia de mi vida.

 

 

Si a medida que camina

El Señor fuera conmigo dibujando

Una frontera que corta en dos mitades

A la playa de mi vida,

Al poco rato de haber empezado el recorrido

Yo le increparía con mi afiebrado ímpetu sobrante:

¿Por qué permites que los hombres

Respetemos tanto al malo

Y con el justo desquitemos nuestras iras?

 

 

 

 

 

 

 

 

Si el Señor fuera dejando

Sus colosales huellas al lado de las mías

(Mientras vamos codo a codo

Por la playa de mi vida),

Para en un mañana corregir a mis cuestiones,

Mostrando la evidencia

Que dejaron en la arena de mi vida

Dos pares de huellas en mis dichas

Y en mis tragedias sólo uno:

Pues yo en verdad desconfiaría…

Muchas veces enredaron mis razones

Las palabras de otros hombres.

Y desperté varado en una playa

Sin arenas, sin estrellas y sin mares.

 

Si el Señor caminase al lado mío

Por la playa de mi vida:

No me bastarían diez mil millas

Para reprocharle cuánto logro

Me ha quitado poco a poco

Utilizando las manos

De quienes yo una vez más quise.

Y al Señor le pediría que me explique

Por qué permite siempre

Que los hombres nos hagamos

Viejitos tan de golpe.

Y olvidemos por completo

Al niño que esperaba ansioso

La campana del recreo,

Para tener sueños un ratito

Bajo la quisquillosa sombra abanderada

Del patio del colegio.

 

Si el Señor dejara al lado de las mías

Sus certeras huellas imparciales

Mientras conmigo va midiendo

La distancia de la playa de mi vida,

Yo tendría en mis haberes un reproche:

E insistiría para que finalmente

(Él o alguien más me explique),

Por qué los hombres recordamos

Mucho más del otro los errores,

Y en cambio vivimos

Exagerando nuestro atino.

 

Y cuando ya se haya cumplido

La mitad del recorrido,

Y al volvernos vieran nuestro ojos

Una playa pisoteada que lavaron las mareas:

Le pediría que me explique

Por qué yo no he podido

Hacer algo más de lo que he hecho

Para que mis padres…

No se mueran de a poquito.

Si yo fuera capaz de mirar hacia adelante

Para ver futuras huellas en la playa de mi vida:

No me extrañaría para nada

Observar que en el perplejo día de mi muerte

Será el mío el único y triste par de huellas

Que atisbaré sobre la arena

Llevando el catafalco

Por el vado de mi vida.

 

Le diría que tantas injusticias y tanta indiferencia

Me hicieron preferir caminar en solitario.

Pues hasta la compañía del más Santo

Habrá finalmente rechazado

El último vestigio del orgullo que me queda.

 

Si en esta parte de la costa de mi vida

Dios me está llevando en brazos,

Para que a mí me resulte menos árido el camino:

Entonces le recordaría con voz firme

Que mis piernas se han acostumbrado

A caminar adoloridas,

Y aún pueden avanzar

Sobre el cañaveral y los pantanos.

Pero sí le rogaría con persuasiva disfonía

Que cortara con su mágica cizalla

Las cadenas que me atan

Al arreo que me hunde por las costas de mi vida.

 

Si yo hablase con Dios en un mañana

Que separan de esta fecha

Unos 20 ó 30 treinta aniversarios:

Yo dos cosas recordaría me ha dado

Para que mis fuerzas no se arredren

Si no todo es alegría:

 

La primera, le daría muchas gracias

Por haberme permitido

Ir andando solitario

En mis días de más pena.

Pues he aprendido a caminar entre penumbras

Cuando mi camino fue nublado por mis lágrimas.

 

 

 

 

Y finalmente, si algún día alguien me diera

La oportunidad de poder ver Sus rectos ojos,

Le agradecería en tantas veces

Como reproches yo haya hecho

El haberme permitido caminar al lado tuyo.

Y estar seguro que de ahora en más

Siempre veré cuando me vuelva

Dos pares de huellas yendo juntas...

 

 

 

Por la playa de mi vida.


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22 de Febrero, 2010    General

Los Grandes Rompecabezas

14 de Octubre del 2004

 

 

Hay muchos rompecabezas. El Armador elige siempre el que más le gusta, pero los más lindos son los más grandes.

 

Armar los más grandes lleva siempre mucho tiempo y esfuerzo. Al principio, el amador que elige los grandes sufre ansiedades por encontrar mitades que encajen. Y cuando logra la primer unión, fantasías sobre el segunda le restan tiempo a su vida. Y entonces lo enferma deseo de encontrarlas a todas.

 

El armador que elige los grandes renuncia a todo por terminarlo, porque de haber unidos dos mitades nace la ilusión de una Gran Pieza. A veces pasa tiempo antes de encontrar la siguiente. Pero eso no depende del armador, sino que las fichas se apilan en un orden dirigido por Dios.

 

El armador que elige los grandes nunca sabe dónde va a encontrar la siguiente pieza. Un día encuentra una y un día cualquiera, cuanto menos lo espera, se encuentra con otra. Casi seguro debe abandonarse a la suerte y a su destino. Pero cuando dos mitades se unen, el Armador se fortalece en las esperanzas. Y todo el presente cobra sentido.

 

Aunque tarde mucho, el Armador no se vence. Su ilusión de esta genial empresa posee todas sus horas, sus momentos... y sus soledades.

 

Encontrar las piezas que encajan depende mucho de la suerte. Y aquí algo curioso: Si el armador cae en la trampa de premeditar, la suerte se le rehúsa. Las piezas solamente se encuentran por amor hacia este el juego divino. Y aprender eso lleva tiempo. Se sabe de armadores que abandonan el rito de la búsqueda que corona de sentido a la vida, cuando ya se hace insoportable la locura que, poco a poco, va engendrando la amargura de los planes no concedidos por la Casualidad.

 

Las instrucciones de los grandes rompecabezas no se leen ninguna lengua humana. Sólo cuando se comienza a comprender que sí había Lecturas Divinas, el hombre se hace gran hombre. Y la suerte vuelve a su lado.

 

Algunos armadores han buscado por toda la Tierra un modelo que les ahorre prodigar horas y esfuerzo. Esto es por desear todo el tiempo ver la figura ya formada. Pero el armador que elige los grandes debe ir aprendiendo de sus propias lecciones. Entonces el Gran Rompecabezas los elige, como si hubiera estado esperando desde antes del tiempo a una persona digna de su belleza, exagerada por la complejidad. En realidad nuca se supo quién es elegido por quién. Quizás los dos hayan planeado enseñarle al mundo lo inútil de las planificaciones. O tal vez estén los dos destinados a una rueda de vidas donde uno deja de existir en la ausencia del otro.

 

El rito de los Grandes Rompecabezas se destaca por un detalle que no se ve en ningún otro lado: la relación entre los armadores y Dios. Quizás los Grandes Rompecabezas sean un sendero que ejercita la fe de los grandes corazones que se volvieron pequeños cuando el la realidad los domestico para la razón. El hecho es que los Grandes ennoblecen a las personas de grandes virtudes.

 

La espera de encontrar piezas que encajen es lo que hace tan valioso el momento del encuentro. Y la figura que escondía el Gran Rompecabezas empieza a dibujarse en la ilusión.  Algunas piezas estaban a la vista… ¡Y era tan fácil verlas! Pero lo inevitable es el fracaso que fortalece la experiencia. ¿Cómo será mi próximo rompecabezas? Llegando al final, el armador que elige los grandes halla su recompensa: Sabiduría y dignidad.

Pero mientras dura la aventura de un Gran Rompecabezas, el armador que elije los grandes nunca se para a pensar en la posibilidad de abandonar. Por que son Uno: el Gran Rompecabezas, la vida, Dios… y el armador. 


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10 de Febrero, 2010    General

Tic-Tac 3

H

aciendo un recuento, podría contarte algo de las lecturas que han ido acompañando a mis soledades.

 

El primer libro que disfruté fue a los ocho o nueve años. Se llamaba Tic-Tac 3. En su momento no me di cuenta, pero ahora que me das la oportunidad de hablar de esto, reconozco la cantidad de valores que vamos olvidando a través de los años. Y lo peor de todo es que esta verdad no me entristece tanto como para llorar. ¿Qué nos pasa en la vida que aquello que defendimos con tanta pasión nos importa menos al ir creciendo?

 

Tic-Tac 3 era nuestro libro de estudios en tercer grado. Desde el comienzo sin índices ni prólogos, relataba a veces en primera persona, a veces en tercera, las aventuras de un grupo de amigas y amigos, también de tercer grado, iguales a nosotros cuando salíamos de la primaria. ¡Era tan tierno! Todos los cuentos tenían ilustraciones de sus personajes, y no duraban más de una carilla.

 

Recuerdo muy bien la mañana que lo terminé. Había pescado yo una angina (no sé si real o fingida), y me quede en casa en vez de ir al colegio reposando en la cama de mis padres. En aquel tiempo no nos faltaba nada, pero no teníamos mucho. La tele pequeñita a blanco y negro era mi (como quien dice) eléctrica compañía. Y aunque funcionaba casi todos los días, de vez en vez me obligaba a otras distracciones un traicionero apagón de luz.

 

El caso es que ese día me acomodé sobre las almohadas y pensé en adelantar algo de mis tareas para que me sobren las tardes de ocio. Faltarían treinta hojas para el final de Tic-Tac 3, pero yo me propuse cinco capítulos y luego descansaría. Y entonces sucedió algo impredicho: Cuando cumplí mi meta, pensé que podría leer todavía más, tal vez otras cuatro o cinco hojas. Y cuando las acabé pensé leer otras más... y casi sin querer di vuelta la última hoja con lágrimas en los ojos. Haciendo un símil me pasa lo mismo con las canciones demasiado bonitas. Cuando acaba la ultima nota, uno se queda desilusionado, deseando que hubiera sido más larga.

 

Después de ese libro, he leído manuales de física, educación cívica, historia, caligrafía técnica... y otras literaturas de renombrados autores... pero mi segunda lectura por propia voluntad coincidió con mi primera visita al mar, más o menos un año antes del coma. "El joven Lennon". Nunca me voy a olvidar. La mirada de Lennon siempre me había impactado, esos anteojos perfectos, la nariz aguileña… y por supuesto el mito. Sin embargo aquel libro no era una cronología de su música. Hablaba de su tía (creo que Mary, o algo así), de su primer guitarra y su primer grupo: “The Quarry Man”, que hacía honor a su colegio, "The Quarry Higth School". De todo eso, lo que más me llegó, fue a mitad del libro más o menos, el accidente de su madre, justo cuando todo se orquestaba para que la relación fuese a mejores.

 

Ahora me acuerdo de algo muy gracioso.

 

Cuando desperté del coma y me quitaron aquella invencible traqueotomía, los médicos me hacían preguntas para evaluarme el entendimiento. Al principio me encantaban, porque eran muy simples: ¿En qué año naciste?, ¿cuando cumplís años?, ¿como te llamás?... ¿Te acordás que comiste al mediodía? Y yo respondía con mucho gusto. No sé si habrá sido el efecto de la anestesia lo que me hacía sentir tan feliz, pero cuando me preguntaron "¿Cómo se llama tu padre?", asocié enseguida con la vida de Lennon. "Mi padre nos abandonó cuando cumplí cinco años", fue mi respuesta para una sala llena de gente que me observaba. Entre ellos mi viejo, que se había quedado con migo todo el tiempo que me duró el inconsciente, leyéndome El Principito, con la esperanza de que lo estuviera escuchando. Con el paso del tiempo me di cuenta que ese libro cambiaría mi vida para siempre (Por el Color del Trigo).

 

Poco tiempo después del alta volví en silla de ruedas al hogar que no veía desde hacía tres meses. (Qué alegría me dio volver a ver a mis perros y la higuera del fondo).

 

Y así también, una tarde de esas asumí que debía dejar el fútbol, aunque debo confesar que todavía hoy albergo la esperanza de algún milagro sanador. Fue en ese momento que compensé mis corridas con el aprecio a los libros. Y así, sin muchas opciones más, pase lo años que siguieron al accidente recostado, moviéndome por la casa con un inmenso dolor, pero siempre acompañado por algún clásico literario. Al tomarme tan en serio la utilidad de los libros para mi post-operatorio, mi madre (siempre con sus atenciones), decidió regalarme un gran bibliorato. Cuando lo vi por primera vez lo supliqué por uno más chico, pero hasta este día le agradezco haberse hecho de contras.

 

Al principio me fue bastante difícil leer a Borges, entonces practiqué con otros autores, aspirando que con el hábito de la lectura simple, podría el día menos pensado leer "Historia de la Eternidad" o "El Aleph". Y así fue. Al poco tiempo ya devoraba autores reconocidos por el mundo entero. Así aprendía a ser lo más feliz que podía sin salir mucho de casa. Se me había hecho el mal hábito de subrayar a escuadra los pasajes que mas me gustaban, muy prolijamente. Y como si me fuera a servir de algo que no sea por vanidad, luego memorizaba los que más me habían impresionado. Recuerdo todavía los más sobresalientes: "Me satisface la derrota porque es un final y yo estoy muy cansado", o “A cualquier hora puedo jugar a estar dormido”, o “Reclute mercenarios duchos en la sangre que fueron los primeros en desertar”. Pero no le sirvieron mucho a mis expectativas. Y así una fecha cualquiera, me di cuenta que casi había llenado mi detractada biblioteca.

 

Pero te cuento algo curioso. Después de mi sexto Borges (El libro de Arena), ya no pude volver a leerlo con el mismo entusiasmo. Todavía no descubro el porqué. Y como si nada, en plena presencia de aquellos amigos tan íntimos, abandoné la lectura por tres años para arriesgarme a la vida buscando el amor.

 

Pero de todas aquellas filosofías incorporadas, no hubo una sola que me insinúe la fórmula para encontrar la mujer de mis sueños. Entonces, hacia fines del 2mil, me regalaron para mi cumpleaños un libro con la siguiente dedicatoria:

 

 

 

 

 

                              Hijo mío: Espero que leas este libro

                             y que te ayude aunque sea un poquito.   

 

8.8.2000

 

 

 

 

 

 

 

 

Y aunque en ese momento no les encontraba otra nómina que la de "pequeños milagros", empezaron a suceder en mis días y noches las asombrosas sincronicidades. Y claro que sí.... aquel trabajo de un mes que sanó las heridas de mi espíritu logro por añadidura el encuentro de uno de los amores más grandes de todo el mundo. Si hubiera sabido que se terminaría, probablemente hubiera sido mucho más misericordioso, como ella insistía en enseñarme.

 

 

 

 


 

La razón más probable por la que se obedece cuando uno es chico, es porque todavía no sabemos bien lo que vamos buscamos. Quizás por eso leamos lo más reconocido, dejando a un lado los conocimientos que nos hacen falta para alcanzar nuestros mejores sueños.  Y aunque me niegue a creer que fue en vano, cambiaría todo ese tiempo de volúmenes leídos, por alguien que me advirtiera lo que me costó tantas pérdidas aprender.

 

 

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04 de Febrero, 2010    General

El canto del Ruiz Señor

 

 

 

6 de Marzo de 2007

 

 

S

upe que recibió las dos, pues en el 2oo4 un misterioso llamado inoportuno y esperado llegó a la una y media del mediodía me hizo respirar un poco, y el recuerdo de su piel castaña me imaginó un perfume a resistencia y entrega. Hoy he visto a uno mujer perfecta, y de nuevo me castiga el recuerdo del Color del Trigo, esta vez más doloroso: pues reencarna luego de mucho tiempo esta melancolía, ahora sumada a la posibilidad de no regresar nunca más, pues es muy cómodo al otro lado del Atlántico estar a salvo de nuevos rechazos y el dolor que uno siente cuando la mujer que ama tiene marcas en la piel de otros amores. Y mi dolor aún se acrecienta, se multiplica, es exagera, al recordar el principito que yo era antes de ella. Este dolor se infinitiza cuando hago memoria de la desnudea de mi alma cuando estaba ante ella, pensando que mi entrega sería una muestra más de voluntaria fidelidad .Y me pregunto un momento, de haber sabido en aquel tiempo sobre la consecuencias de forzar el sino, de haber intuído la contraproducencia que podría experimentar el corazón de una mujer que sueña con su príncipe azul... es casi seguro que hubiera tratado de disolver mis rencores, de aprovechar las soladades que me facilitó la minusvalía para pintar mineros retratos o remarcadas caricaturas; o quizás – me suena mejor- la añoranza que su ausencia me provocó habría sido en mi cuaderno una Ilíada urbanizada. Per en vez de eso: analizaba todas las conductas posibles que se me ocurrían cuando la presentía viniendo hacia mí.  Y lamento muchísimo que mi escritura sea sólo una manera de aliviar mis penas y mis dolores repentinos, pues si me hubiera acostumbrado a escribir sobre sus hermosuras, dedicaría en esta mañana los versos más hermosos para la quietud sub-tormesina..

 

Como si me pareciera que hago algo malo, tal vez por que leo tenga fama de temer al verdadero amor, abandono de golpe las líneas más hermosas que debería dedicarle, y vuelvo en una línea próxima a aquel momento del año 2005, el día 15, cuando regresé a la plaza para ver si todavía estaba el Principito que yo le había dejado. Ella estaba esperándome, tomando mate, al lado de la misma Virgen mediadora. En un momento se dio la vuelta, me miró, me vió... y no nos dijimos palabra.

 

Ya no me convencen los principios cristianos ni metafísicos, son demasiado rigurosos, y aunque le he sido fiel a ambas doctrinas, me he llevado muchas desilusiones. Yo pensaba que ella algún día cambiaría.

 

Otra vez me lamento terriblemente. Quisiera haberle hablado con palabras que la hicieran elevar hasta los olimpos de su fe, o por lo menos resguardar la que ya tenía.

 

De nuevo la Coincidencia me ataca con sus repentinos dardos, que arrojados por Quien Me Ama atinan en el centro del mi ingenuidad, como si mis lágrimas pretendieran enseñarme la verdad de mi pasado, reemplazando mis utopías por asociaciones de mis nuevos principios con los últimos relatos de mi tercer Principito. El número 22 se cuela otra vez en mis tramas manuscritas, como recomendándome para que siga andando por este sendero que construye el renombrado Bosque de mis Prosas. Y como redescubriendo un antiguo sino escucho entre los árboles a un Ruiz Señor, dictándome una estrofa guiadora:

 

 

 

El camino que conduce

A nuesta casa de regreso

Estuvo marcado de antemano

Por las huellas que ha ido dejando

El fósil de nuestras experiencias.

 

Para el fiel observador

Es sencillo retomar la marca de su paso.

Este rastro es parecido al que dejaban

Personajes de viejas narraciones.

Sólo que ningún pájaro vivo

Es capaz de robar

Por más hambre que tenga.

 

Cuando en el silencio la Reflexión nos amenaza

Con revelarnos el sitio que buscamos,

Mirarás sobre tus hombros por la Playa de tu Vida.

Y allí verás aún petrificándose a tus huellas.

 

Ellas son las experiencias destacadas

Que a tu memoria

(Nunca más)

Dejarán de estremecer.

 

 

 

Y allí se puede divisar

El primer crepúsculo,

O nuestro tímido primer sexo...

 

Las huellas reparten el cuerpo

Del principito que en un tiempo admirabas

A lo largo y a lo ancho de la Playa de tu Vida.

 

Y así, en cada soledad

Será mas doloroso este vacío.

Pues un reloj verdadero y cosmológico

Prohibe borrar ninguna marca... ningún hecho.

 

De ahora en más, desde este punto,

Únicamente hacía adelante

Mirarán los sabios ojos.

 

¿En qué vado dejaré fosilizándose

Las futuras huellas de mi vida?

 

Si en verdad quieres volver a casa

Deberás ver sobre tus hombros y atisbar

El camino circular

que nunca debiste haber dejado.

(Pero del que inevitables

Pasos inspectores te han perdido).

 

Haz de guiarte por las huellas

Que alguien más haya dejado;

Si en ellas diferencias

Los risos color trigo

Y el reflejo de tus sueños.

 

 

 

 

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04 de Febrero, 2010    General

Refugios Naturales

 

 

Tal vez por vergüenza ya no mire tanto al cielo.

Las nubes ya no me inspiran ninguna carabela.

Mirar al cielo hace mucho  dejó de interesarme.

Pues ya no reconozco la forma de las nubes.

 

De vez en cuando la perfecta luna blanca

Se me incrusta en el rabillo

Y me invita a que mire las estrellas.

Entonces yo le explico que soy grande,

Y que mi amor no está en el cielo;

Mi amor esta perdido aquí en la Tierra:

Por eso es que casi nunca miro las estrellas.

 

Mis ojos ya no miran más allá

De los dinteles de las puertas,

Por si acaso algún día yo con ella me cruzara,

Y así no pierda otra oportunidad de enamorarme,

Por estar buscando

Inmaculadas carabelas de algodones.

Allá lejos, donde el más alto de los hombres

Nunca llega...

Ni aún con la puntita de los dedos.

 

Siendo franco... Ustedes no imaginan

Cuánto a mí me gustaría recostarme

Sobre el impredecible césped de la plaza,

Y tener de compañero a un guardián escarabajo:

Si yo fuera diminuto pareciera un dinosaurio,

O una máquina futura, o una bestia abominable...

Que nada más vi en mis pesadillas.

 

Ustedes no imaginan cómo a mí me gustaría

Recostarme en una plaza con los ojos en el cielo,

Y sentir cómo se pierden en mi última retina,

Legendarias carabelas blanquecinas;

Yo querría que expresivas lágrimas vivientes

Despidiesen a una repentina manada de caballos,

Que se adentraron de perfil en mis pupilas,

Y se esfumen poco a poco,

Sin que su paso indetectable deje huellas.

 

Yo quisiera que esta noche

Una gran luna anaranjada,

Pinte de púrpura las nubes camufladas

Que moran en el innominable cielo taciturno.

Y entre el negro espacio que el sol ha abandonado,

Se entrometiera una delgada nube inspiradora...

Y mi recuerdo la convertiría en la forma de tu cara.

¡Qué pena que ya no miro tanto al cielo!

 

Yo recuerdo cómo me gustaba

Ir a la plaza de mi barrio.

Apenas la mañana ilustraba las hamacas

Y las bancas centenarias,

Yo ya me sentaba hasta la tarde

En el arenero de mi plaza,

Y esperaba mucho tiempo

A ver formas en las nubes.

En ese tiempo adivinaba

En cada nube una figura.

 

Yo tenía la esperanza

De que mis trenes celestiales regresaran.

Y así Dios me señalara

Que todavía no me habían olvidado;

Pues volvieron de regreso a despedirse.

 

Ahora que la inesperada helada

Me ha hecho buscar refugios naturales,

Y en la desesperación suplico al cielo

Que ya no esconda a mis amigos los dragones,

He perdido esa paciencia

Que dibujaba sustantivos en las nubes.

 

Hoy que mis palabras

Se articulan sin la misma fe que hace diez años,

Y en la marcha del discurso,

Imponiendo su doctrina,

Viejos textos que he leído

Desearían que mi hablar

Fuese una copia de su teoría verosímil,

Miro hacia los cielos

Y mi corazón ya no quiere susurrarme

Que en las nubes hay figuras escondidas,

Pues se ha cansado mucho de insistirme,

Y que yo lo corresponda

Con soberbias desdeñosas.

 

Y temeroso de enfrentarte nuevamente,

Aún después de que ha pasado mucho tiempo,

Quizás entre las nubes encuentre

Algún recuerdo tuyo,

Y yo viva nuevamente...

Pues en tus ojos ha renacido muchas veces

El niño que se recostaba en la plaza de mi barrio,

Y en cada nube adivinaba una figura.

 

 

 

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