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06 de Abril, 2010    General

Como un juego de niños


 

Siempre he dicho que a las penas

debemos enfrentarlas con la hoja y con la pluma. 

que la angustia solamente puede ser vencida

si nosotros desenredamos de a poquito

los hilos que entretejen su madeja.

 

 

 

 

Luego de otra amarga noche escribo

para que el papel me enseñe ahora

la lección que ayer no pude

aprenderme de memoria.

 

 

Pues siempre salteo

en los manuales del dolor vivido

la teoría que me hubiera sido imprescindible

para que en próximas partidas de palabras

nadie pueda hacerme trampas

sin temor a que lo vea.

 

Mi hoja siempre es una gran alternativa;

un privado ambrosía que me cura,

y tiene el código de la complicidad,

que a mí tanto me falta cuando estoy ante terceros

para confesar mis ideales…

pues ya tengo miedo al plagio que traiciona.

 

Una a una mis ideas completan

con inerte manuscrita,

los párrafos en blanco todavía sin cubrirse.

me dictan al oído palabras que yo ignoro,

palabras repetidas, o palabras que no riman.

 

Quiero hacer notar

que algunas cosas me molestan.

Pero mi corazón adoctrinado

se escuda en el silencio

 

 

Pisar otra vez alguna calle

sin sentir nuevas vergüenzas.

Y que el texto que me falta

para acabar este poema

se llenase de palabras…

Sin yo hacer esfuerzo alguno.

 

 

Yo quisiera escribir este poema

como si el día de ayer no haya existido;

Y así los afectos que he perdido

aún querrían leer mis manuscritos.

 

 

 

 

Ya no deseo decir más suposiciones.

desearía encontrarme todo el tiempo

con verdades en mi boca.

 

Desearía no tomarme la vida tan enserio;

así nunca más lastimaría a mis queridos.

 

 

Y de repente aparecen negaciones,

-cuestiones de la vida-,

Que no me hacía falta contestarlas.

Ideas y utopías y mil suposiciones;

me nacen en el pecho y me piden que las cuente.

 

Me nace, por ejemplo, (y aquí yo me detengo):

 

Si otra vez en un mañana

pudiera ver la vida como un juego

que se acaba el día que morimos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Si el Señor me concediese

que mi vida volviera a ser un juego,

yo ahora nunca más me dejaría

perder tantas partidas,

sólo porque el poco endimiento me da pena.

 

 

Y a mi niño dejaría de exigirle aquellas cosas

que yo sé no puede darme.

 

 

 

 

 

 

Así yo ganaría en esta mano

(que pareciera ser irrelevante),

muchos años más de vida:

Pues si todos nos fijásemos un poco

podríamos notar que nuestro niño sufre mucho

y envejece muy de golpe

cada vez que el padre le molesta

con cuestiones moralistas.

(Estas cosas no son inteligentes).

 

 

 

Si en un mañana pudiera yo otra vez

ver la vida como un juego que termina

en el día en que morimos:

Pues ya mismo empezaría a recorrer

los países donde alguna vez yo haya vivido;

Entonces buscaría la palabra y el perdón

De quienes mi soberbia en un tiempo ha lastimado.

 

 

 

Y así yo ganaría

(Si el Señor no se ofendiera demasiado)

el derecho a reclamar en el día de mi muerte

la entrada al Paraíso

 

Pues habré tenido méritos de sobra.

 

Si yo pudiera ver la vida de nuevo como un juego

que termina en el día que morimos:

No me pelearía nunca más con mis amigos

por defender el psicoanálisis;

Y me tomaría en cambio un tiempo largo

para practicar caligrafía y pensar cada palabra

Que yo debo que decir al otro día.

 

 

 

 

Entonces si en mi barrio alguien viniera a preguntarme

qué me pasa, porqué tanta tristeza:

En seguida podría desahogarme de mis penas

contando al menos un relato

de aquella mujer que no he tenido.

¿Cómo puede alguien saber completo el verso

que nace y muere en nuestro pecho?

 

 

 

 

Desearía que la gente que vive al lado mío

entendiese que la vida debiera ser tomada

de cuando en cuando un poco como en juego.

Y así tal vez luego de alguna discusión inesperada,

quien no sea propietario de la última palabra

felicite a su adversario en muestra de respeto.

Y cada diferencia de ideales

finalice con las manos estrechadas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Si yo pudiera otra vez en el futuro

ver la vida como un juego de niños:

Recurriendo a la nobleza dejaría sin palabras

a quienes buscan mi discordia.

Pues no me importaría demasiado

ser un poco más inteligente

si con eso yo frenara

los discursos de dobles intenciones.

 

Aunque dudo mucho que aquellos jugadores

que participan en esta competencia

(que se finaliza el día en que nos vamos de este mundo),

entiendan de inmediato que no vale la pena

hilar palabras al discurso...

Para que la vanidad salga ganando.

 

 

 

Apreciaría mucho más a mis defectos,

y con toda la nobleza

que yo pudiera tener en esta vida

los defendería con grandes argumentos

que enternezcan el corazón y los oídos

de mis posibles detractores.

 

Entonces yo daría media vuelta

y mientras me persigue el ambiente silencioso

andaría muy tranquilo y sin tener que preocuparme;

pues daría por ganada esas partidas

que tienen pocas reglas

para las palabras que se usan.

  

Y si otra vez me levantara

con muchas ganas de morirme:

Ser sincero.

Y no escribir en un cuaderno de bitácora

que la vida merece ser vivida.

 

Después de todo

en el papel se quedan las lágrimas escritas.

¿Acaso no es la poesía una tristeza

que se apura hacia afuera de nosotros

en busca de la hoja?

 

Si en un mañana pudiera yo otra vez

ver la vida como un juego

que se acaba en el día que morimos:

Revisaría más seguido el diccionario

y buscaría más sinónimos

para mi vocabulario repetido,

por si acaso mis letras aburrieran,

yo tendría mil sinónimos

para definir un sustantivo.

 

De yo volver a ver la vida como un juego

que se acaba en el día que morimos,

me preocuparía más por darle a ustedes

versos nuevos

En vez de corregir tanto los ya escritos.

 

Y así de paso dejaría

-por al menos un momento-

mis anonimatos por completo;

Pues aunque el cristianismo

me recomiende ser modesto

en verdad quisiera por lo menos

un ratito a la semana,

un minuto o una hora,

que la gloria me durase.

O reconocimiento por todo lo que escribo

(Yo sé que vale un poco).

 

 

 

 

 

Hoy la guerra ha terminado

Pero papá no volvió con la bandera:

Ya no tengo quien me lea

los pinochos de la noche;

Y si otra vez naciera:

No tendría quien me enseñe

a pedalear en bicicleta.

 

Si yo otra vez naciera viviría en este mundo

Como si fuera un largo jugar a la rayula.

Los hombre malos enterraron a papá

bajo una cruz que tenía mil estrellas.

Y un cajón que suena (si alguien lo golpea)

Igual a los tambores...

 

 

 

Que tocaban en la guerra.

 

 

 

 

Degüello

6 de abril de 2010

Palabras claves , , , , , , , ,
publicado por terracota a las 14:00 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
05 de Abril, 2010    General

El Yunque del Platero






 

 

 

 

 

 

Suponiendo que la originalidad prosaica sitúa a nuestro pensar sobre un puente que nos cruza desde la vida cotidiana hasta el extremo de la fantasía, y en la fantasía nos quedásemos por un momento, olvidándonos de nuestros peores fantasmas y, a su vez, ese reemplazo momentáneo de pensamientos curase de a poquito nuestra memoria, disolviendo viejos recuerdos a fuerza de renovadas y benévolas imaginaciones salvadoras, producidas espontáneamente por subliminares asociaciones logran crepitar nuestras almas a causa de cada nueva oración leída a lo largo de toda la lectura... Pues entonces yo buscaría la manera de que, en estas pocas líneas, se resumieran los mejores autores del mundo entero, para que así nuevos libros compensen el vacío que causó dentro de mí la Suerte o el Destino. Y la lectura de mis letras vaya disolviendo lamentablemente viejas literaturas que aún están reinando en mi memoria real.

 

Ni siquiera deseo comenzar este bendito epistolario con una oración que ya te hubiera dedicado a ti o a cualquiera de mis otros corresponsales. Y si fuera cierto lo que estos párrafos fatalistas opinan, tus ojos desechos se irían recomponiendo en cada sentencia que te exprese. Si yo pudiese revivir con la originalidad y tú, aún a obscuras, fueses capaz de releer mis confesiones, pues yo le inventaría un nuevo nombre a cada una de mis lágrimas. Y cada línea mía reconstruiría una por una a tus células perennes. Pero también trataría de ser cauteloso esta vez, para dar a esta carta la lectura necesaria pero justa. Y así tengas una interpretación misericordiosa de mis nostalgias. Ni siquiera sería necesario que te esforzaras más allá del pasivo movimiento de tus pupilas incalculables. Y así, otra vez, ese pecho que nadie mortal poseerá de nuevo reservaría un hueco para tu alma bohemia.

 

Ahora que un crujido poco distante casi parte mi inspiración por la mitad, y yo ya estoy indeciso entre seguir adelante o descansar en la triste y solitaria compañía de los mates meridionales, te confieso, vida mía, que me arriesgaré a tocar de oído una melodía que está sonando en el centro de esta rehusada hombría. Ojalá la mala mano que nos ha jugado el Destino o la distancia, no me reste deseos de corregir este arrepentimiento, creando destinatarias frases que terminarán -sin duda-, encerradas en la cajonera donde guardaste impuestos y vacunas, pues ningún correo llega ahora hasta el ese búnker de madera que asila a tus linfocitos. Pero aún bajo llave, mis palabras estarán eternamente deseosas de una reencarnación. ¿Que serás en tu próxima existencia, de ser el budismo cierto? Pero más me preocupa todavía cómo te reconoceré si en veinte años, cuando tengas la edad que tenías cuando el Señor cruzó nuestros caminos, un azar reiterativo te acercara a mí en un cuerpo distinto.

 

Desearía que todavía vivieses en una casa con tejado rojo; y que una mañana el cartero pudiera rastrear tus puertas. Y ubicara en tu intranquilo buzón grisáceo estas palabras dedicadas. Pero como sé que lo posible se opone con todos sus argumentos a estos deseos míos -pues Dios ha elegido ponerte al cuidado de otros jardines que no fueron nuestros-, desearía que tus ilustres miradas pudieran avanzar hacia la culminación de esta epístola, y mis dilatadas palabras te sonaran cada vez más interesantes, para que así destraben nuestras creencias de vida y muerte, y entonces puedas, temporalmente, amanecer en un mundo dónde las compresiones diseminarán a los pequeños intrusos agusanados que usurparon esa inalcanzable casa tuya. Ojalá mis cursivas salvadas en estos imaginarios folios tuvieran magia suficiente como para que tu cuerpo vuelva del País de la Inacción. Y de nuevo algún mortal se sorprenda con tu sonrisa blanca. Lo fantástico ha sido un haber en el hogar de tu alma, tanto tu pasado como tu presente, por eso es que no descarté aún que toda esta tontería de resurrecciones tenga razón para la excepción...

 

Pero ahora que el dolor nos ha ofrecido el despreciable mapa de nuestro histórico destino, ningún mensajero podrá encontrar el epíteto número de tu casa obscura. Quizás de haberlo adivinado, pude mandar un anticipado sobre para el lucrativo cochero, quién sin arrear ningún caballo te llevó a unos jardines llenos de ángeles que serenan a las arpas y a las trompetas. Pero cuando ya es tarde para cartas o los reencuentros, vuelvo al desintoxicante hábito de mis cursivas. Pues quiera mi Señor que por cada línea que se me ocurra, este papel en blanco vaya perdonando mis inútiles afectos.

 

En el papel se quedan nuestros desamores o nuestras dichas. Pero tantas ideas, tantos miedos, tantos impulsos, me dicen al fin que, aunque escribiese mil horas seguidas, no bastaría para testificar sobre toda esa perpetua angustia que me dejó la notificación del vuelo que jamás aterrizó en Madrid.

 

Lo tortuoso, lo burlante, lo desesperante, es ahora para mí un mirar hacia el futuro de mis pensamientos, y levantar el ancla que me varaba en la luminosa playa de tu existencia. ¿Que habrá sucedido en mis propósitos? –pienso-. ¿Acaso la pereza logró que yo otra vez optara por el camino más prometedor para ambos, en lugar del más seguro? Evité escuchar la caja negra porque no quería reconocer a tus gritos entre la maraña de desesperados cayendo al mar. Y no dejo de pensar en el último sentimiento de mi niño. A veces desearía que se hubiera ido más adelante, cuando la patria potestad llega al punto de su libertina caducidad. Dios no le concedió más tiempo para sufrir. Mi niño no tuvo oportunidad de hacer soñar a una princesa. Una pesada carga de infantiles utopías lo sumergió primero que a ti: románticos héroes que persuadieron mis ideales a lo largo de su corta antología. Si ese candoroso prepúber todavía fuera al colegio, yo ahora no estaría llorando por que mis libros no se comprenden. Tal vez, querida, si la casa de la muerte tuviese una dirección, hubiera bastado con una que otra palabra mía, para que ustedes pisaran la calle sin señaladores donde hoy residen mis huesos latinos. En cambio ahora: algún día viajaré sobre el Atlántico y pensaré que visito ese hogar, incapaz de retener los suspiros de ustedes, ya que en burbujas salen a la superficie los alaridos que emiten socorros, como si luego de atravesar el ancho fondo del mar, al resurgir al oxígeno se oyeran los alaridos.

 

Pero las circunstancias son al fin la realidad a la que debemos ceñir nuestros ineficaces planes. Los míos, mi vida, son infecundos sueños que me hablan sobre la posibilidad de que la resurrección fuera un universal y accesible truco de magia bondadosa. Nuestra despedida final me propuso estas ingenuas fantasías, pues Dios se negó a contarme el secreto de su poder más codiciado. Y aquellas mentalidades inalcanzables son un símil de la masa del herrero impactando, con su fría mole uniforme, sobre la superficie del yunque siempre negro. Y un golpe tras de otro mi reducido corazón se paraliza intermitentemente.

Allí vienen y van mis fantasías. En una mente sana, íntegra, los deseos vienen y van como si fueran pájaros volando en el cielo de nuestro entendimiento. Mas en la mía, ya contaminada con filosofías y metafísicas de segunda mano, los sueños son aplastados por el martillo de mis condicionamientos impiadosos. Y así, como si mis correcciones fuesen minotauros embistiendo el corazón de sus detractores, eludo enfrentarme con la partida, esperando que todo acabará por revertirse alguna vez.

 

 

 

Degüello

 

 

Palabras claves , , , , , , , , ,
publicado por terracota a las 10:32 · Sin comentarios  ·  Recomendar
 
02 de Abril, 2010    General

La Playa de Mi Vida (Huellas)











 

 

Antes de cumplir los veinte aniversarios,

Yo creía que en el mundo el amor era posible.

En ese entonces mi corazón se enamoraba

De todas las lecturas que leía:

Pues yo hace mucho tiempo

Creía que en los libros

Se encontraba la verdad que iba buscando.

 

Así una vez leí de un niño

Que venía de otro mundo;

Y me enojé con todo el que decía

Que a las rosas nunca había que escucharlas.

 

Leí también literaturas

Que a su tiempo me habían parecido,

Soberbias moralejas para el mundo en que vivía:

Yo sentía que sus mágicas sintaxis,

Me perdían en abismos submarinos

Y planetas fabulosos

Donde amanecía con dos soles

Y dos lunas cremita me acunaban

Cuando la luz se despedía

En su bipartida melancólica.

En la ardiente ruta de mis veinte aniversarios,

Yo me enamoraba de todos los poemas como este.

Pues hablaban de valores (que si ahora me fijase),

Yo diría que en un corazón cuerdo

No se habían inspirado.

 

Y entre todas las lecturas

Que he leído hasta esa época,

Leí también en una tarde

Sobre un hombre repasando

El recorrido por la playa de su vida:

 

Dos pares de huellas que iban juntas

Dejaban  evidencia

De que Dios le acompañaba

En sus momentos más felices.

 

Pero en sus horas de más pena,

Notó con decepción un solo par de huellas,

Emblema de la pura soledad indivisible,

A la hora en que Dios nos pone pruebas.

 

¿Por qué Señor – le preguntó – ,

Has andado al lado mío solamente en alegrías?

Y en cambio me has dejado caminar en solitario,

Por la playa de mi vida

Mientras te he necesitado con urgencia.

 

Pero Dios le consoló

Con Su marcial sabiduría,

Pidiendo que examine nuevamente

Las arenas de su vida:

 

Para poder seguir andando juntos

Por la Playa de tu Vida

En los momentos más difíciles

Verás un solo par de huellas

Que demuestran apatías,

Porque yo te llevé en brazos,

Para poder seguir

En un mañana andando juntos,

Codo a codo

Por el vado de tu vida.

 

 

 

 


¿Cuántos pares de huellas iré dejando

Por  la playa de mi vida?

Pues yo siento que a medida

Que mis pisadas dejan marcas

En las impredecibles y cambiantes

Costas de mi vida

La gran carga que yo arreo

Va borrando cada paso que se marca

Y en vez de un rastro va dejando

El desafiante surco que divide

En dos mitades

A la historia de mi vida.

 

 

Si a medida que camina

El Señor fuera conmigo dibujando

Una frontera que corta en dos mitades

A la playa de mi vida,

Al poco rato de haber empezado el recorrido

Yo le increparía con mi afiebrado ímpetu sobrante:

¿Por qué permites que los hombres

Respetemos tanto al malo

Y con el justo desquitemos nuestras iras?

 

 

 

 

 

 

 

 

Si el Señor fuera dejando

Sus colosales huellas al lado de las mías

(Mientras vamos codo a codo

Por la playa de mi vida),

Para en un mañana corregir a mis cuestiones,

Mostrando la evidencia

Que dejaron en la arena de mi vida

Dos pares de huellas en mis dichas

Y en mis tragedias sólo uno:

Pues yo en verdad desconfiaría…

Muchas veces enredaron mis razones

Las palabras de otros hombres.

Y desperté varado en una playa

Sin arenas, sin estrellas y sin mares.

 

Si el Señor caminase al lado mío

Por la playa de mi vida:

No me bastarían diez mil millas

Para reprocharle cuánto logro

Me ha quitado poco a poco

Utilizando las manos

De quienes yo una vez más quise.

Y al Señor le pediría que me explique

Por qué permite siempre

Que los hombres nos hagamos

Viejitos tan de golpe.

Y olvidemos por completo

Al niño que esperaba ansioso

La campana del recreo,

Para tener sueños un ratito

Bajo la quisquillosa sombra abanderada

Del patio del colegio.

 

Si el Señor dejara al lado de las mías

Sus certeras huellas imparciales

Mientras conmigo va midiendo

La distancia de la playa de mi vida,

Yo tendría en mis haberes un reproche:

E insistiría para que finalmente

(Él o alguien más me explique),

Por qué los hombres recordamos

Mucho más del otro los errores,

Y en cambio vivimos

Exagerando nuestro atino.

 

Y cuando ya se haya cumplido

La mitad del recorrido,

Y al volvernos vieran nuestro ojos

Una playa pisoteada que lavaron las mareas:

Le pediría que me explique

Por qué yo no he podido

Hacer algo más de lo que he hecho

Para que mis padres…

No se mueran de a poquito.

Si yo fuera capaz de mirar hacia adelante

Para ver futuras huellas en la playa de mi vida:

No me extrañaría para nada

Observar que en el perplejo día de mi muerte

Será el mío el único y triste par de huellas

Que atisbaré sobre la arena

Llevando el catafalco

Por el vado de mi vida.

 

Le diría que tantas injusticias y tanta indiferencia

Me hicieron preferir caminar en solitario.

Pues hasta la compañía del más Santo

Habrá finalmente rechazado

El último vestigio del orgullo que me queda.

 

Si en esta parte de la costa de mi vida

Dios me está llevando en brazos,

Para que a mí me resulte menos árido el camino:

Entonces le recordaría con voz firme

Que mis piernas se han acostumbrado

A caminar adoloridas,

Y aún pueden avanzar

Sobre el cañaveral y los pantanos.

Pero sí le rogaría con persuasiva disfonía

Que cortara con su mágica cizalla

Las cadenas que me atan

Al arreo que me hunde por las costas de mi vida.

 

Si yo hablase con Dios en un mañana

Que separan de esta fecha

Unos 20 ó 30 treinta aniversarios:

Yo dos cosas recordaría me ha dado

Para que mis fuerzas no se arredren

Si no todo es alegría:

 

La primera, le daría muchas gracias

Por haberme permitido

Ir andando solitario

En mis días de más pena.

Pues he aprendido a caminar entre penumbras

Cuando mi camino fue nublado por mis lágrimas.

 

 

 

 

Y finalmente, si algún día alguien me diera

La oportunidad de poder ver Sus rectos ojos,

Le agradecería en tantas veces

Como reproches yo haya hecho

El haberme permitido caminar al lado tuyo.

Y estar seguro que de ahora en más

Siempre veré cuando me vuelva

Dos pares de huellas yendo juntas...

 

 

 

Por la playa de mi vida.


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Nicolás López Dallara

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