Hoy las hojas adultas de los arces muestran un tono más obscuro de verde,
debido al nuevo nublado que –antes del alba- se entrometió en el cielo que
abastece de luz a las tierras Sub-Tormesinas. Una infinita canción entristece aún más esta
habitación nostálgica. Piano man
entona la tinta de mi pluma para que toque la clásica pero trivial ópera de los
corazones quebrados.
Otra vez releo tus irrecuperables líneas, redondeadas
con la sutil presión de tus dedos delgados. Y en cada inspección pregunto a los
Cielos si la calidad de mis escrituras estará a la altura de los ángeles. Así
si en el paraíso hubiese una biblioteca, llegará una fecha en que mi arrebatada
sangre recorrerá sus beáticas góndolas literarias. Y encontrará alli sembrado,
a su espera, el volumen de un libro con una dedicatoria a vuestro nombre. Y
aquello que no anote, hará llorar a mi niño por el dolor que causa la
indiferencia espontánea.
Aunque no acepto del todo la impiadosa lejanía que me
mata de a un pedazo cada minuto que despega, me calmo con este dulzor que
pareciera un oportuno nepente envolviendo a mi corazón en un escudo de palabras
mágicas, para que no lo atinen nunca los venenosos dardos de la impotencia que
el paciente Funebrero pordigó sobre la raza humana.
Antes que las azuladas mareas engullan a quienes
buscaban el exilio auxiliar, la necesidad de que me juzgaras como el mejor
hombre de tu vida censuró el deslizamiento circular de mi bolígrafo, cuando mis
manuscritas estuvieron a medio renglón de consolar nuestra distancia.
Como si me imaginara lo que pudiste haber sentido al
escribirme, vislumbré sobre tu perfumado papel escolar el seductor calor de tu
sexo desprejuiciado, que anhelando nuestra intimidad volcaba su furia secreta encima
de las hojas. Como ayer, como cuando los accidentes estaban afuera de los
planes del sino que fuimos destejiendo juntos, permanezco mirando tu
identificada caligrafía sin articular palabra mental. Pero no forjé una oración o un verso que expresara,
con específica cabalidad, el desbordamiento de mi melancolía por aquel jardín
donde cultibamos, desde la adolescencia, a ese limonero, que nos hizo sentir
más pacientes, bajo la osadía de aquellos cinco veranos. Pero qué más da, si
aquellas incineradas intenciones que fabricaron mis sueños con mil bienvenidas,
ocuparán en mi alma el sitio que le correspondería a cualquiera de tus
presencias. Y al extenderse cada línea de este escrito –archivado en el profundo
cajón de las materias salteadas- se funden mis versos con todo ese futuro
onírico, únicamente tangible porque a toda hora escucho tus últimos alaridos
que juntaron, en una sola garganta, la península europea con aquella mortal
latitud. ¿Cuánto tiempo los habrá vacilado el Sufrimiento, antes que obligadamente
pudieran cambiar de asientos?
A medida que las trágicas prosas del desamor se
convierten en fulminantes dictadoras de nuestro hoy, vamos descubriendo aquellos
secretos que Dios se negó antes a revelarnos, quién sabrá por qué, cuando
nuestras conquistas eran motivo para sentirnos orgullosos.mientras toda la vida
se sostenía enla mesurada balanza del
equilibrio. Es como si Su intención siempre hubiera sido prepararnos con el
sufrimiento y el error, para el que futuro irrefutable que nos recaerá, supiera
como una trivial hiel. Y qué mal me hizo saber que el Cerrajero ha escondido las
puertas de tus contenedores abrazos tras el candado de la tierra prohibida. Qué
mal saber ahora que, aunque fatigue ondulantes caminos largos, escudriñados
tras una ventanilla cilíndrica, no te encontraré en la dirección que tanto cuidamos
los dos.
La última vez que besé esa frente pura, el limonero
ya curtía su inmóvil madurez. Tantas cosas me quedaron por deciros, vidas mías:
el tiempo ya se ha desgastado mucho como para acumular más aefctos con un devoto gracias o un apasionado te amo. Irreparablemente, las jornadas
futuras se han convertido en inaprovechados ayeres. La vida se desplazada de un
lugar a otro, y sólo nos queda esa placa cenicienta de epitafios... firmadas
con la triunfante punta de la guadaña de Hades.
Cuando era pequeño, el paso de los días y las
noches se componía de muchos pensamientos que ahora son inmemorables. A menudo
pensé en cómo sería tu cara, eso me permitía que las horas se apurasen un poco.
Pero desde que tu último viaje no alcanzó ningún puerto, los pensamientos que
en mi niñez pudieron dar lugar a príncipes valerosos y castillos decorados con
muchas torres, ahora únicamente son visiones de los dos cuerpos que más quería.
Y uno de ellos se quedó sin minutos de sobra, para intentar ser mi doble.Ahora deploro tanto la velocidad como la
lentitud. Por momentos siento que me he convertido en una máquina que sólo
sirve para dar expresiones escritas de mi dolor. Subliminalmente mis textos se
inspiran en la desgracia que yo no puedo curar... Y sólo en las misteriosas
fibras emocionales de la creación hallan alguna consoladora razón de ser nuestras
desgracias:
Ya van a
ser cinco años sin tenerte.
En este
tiempo mi corazón
Se ha
vuelto un poco hipócrita.
En todo
ese tiempo llenado de suplicas y rezos,
Nada gané
en pedirle a Dios tu vuelta.
Sólo la
repetida decepción de las mañanas sin tu cuerpo.
Ya van a
hacer cinco años sin tenerte.
En ese
tiempo aprendí a cortar
Mis
pensamientos en mitades….
Porque tu
fantasma aún los mata como una guillotina.
Ya han
pasado cinco años sin tenerte.
Y aprendí
que tu ausencia
Exagera
los relatos de la angustia.
¡Ah,
corazón!
Te
maldigo cuando mi dolor
No se
queda en esta hoja,
Y las
promesas, teorías y leyendas,
Resultaron
ser todas una mentira.
Ya van a
cumplirse cinco años sin tenerte.
Y poco a
poco entiendo
Que mi
vida serán muchos mañanas
Esperando
el milagro que me traiga tu noticia.
Ya van a
ser cinco años sin tenerte.
En ese
tiempo surqué muchos dolores.
Me
pregunto cuántas ansias
Habrán
pasado por el sexo de tu mente,
Mientras
yo no hacía otra cosa que esperarte.
La
fantasía de un futuro juntos
Fue la
ingenua sombra que me acompañó
A todos
los pueblos y ciudades.
Ya han
pasado cinco años sin tenerte,
Y todavía
no puedo evitar seguir deseando
Aquella
boca en las mañanas.
Ya van a
hacer cinco años de desearte.
En este
tiempo mi corazón
Se ha
vuelto un poco hipócrita.
Y ningún
escrito rompe con este sentimiento.
Que
pareciera un poderoso arrecife
Aguardando
las olas del olvido.
Ya han
pasado cinco años sin tenerte.
En todo
ese tiempo mi corazón
Se ha
vuelto un poco hipócrita.
En aquel
tiempo de infinitos anhelos de tu sexo
Desayuné
ilusiones cada día...
Y cada
día exacerbaba mis anhelos.
Ya van a
hacer cinco años sin tu cuerpo.
Ahora que
te escribo finjo sonrisas y fortalezas a mi vida.
Pero mi
única relación con las vigilias
Es el
reproche de todo lo que no hice por orgullo.
Algunas
mañanas, algunas tardes, algunas noches….
Podré
dedicarte algunos versos, algunas prosas.
Y tu
presencia se irá temporalmente,
Para
regresar en un momento inesperado.
Igual que
la noche se lleva la luz de los trigales,
La última vez que tomé cocaína fue en diciembre
de 2005, más o menos un año atrás, en Flores, Buenos Aires. Dejo a un lado
todas las justificaciones que tuve y me paro sobre el papel a confesar los
recuerdos de aquellos días, con la esperanza de que su relato los entierre para
siempre. De noche, recuerdo a menudo mis últimas deshonras en mi departamento
de Flores.
En febrero del 2001 elegí seguir con mi mujer
haciendo a un lado las tramposas promesas de aquel destructivo amor, pensando
que nunca más volvería a ser victima voluntaria de sus dolorosos encantos.
Confieso que a los veintitrés años no decidí hacerlo por mi propio bien. Pero
Mía se merecía todo lo que yo le podía dar. Así que sin haber aprendido mucho,
después de 11 meses de sufrimientos pensados como glorias, una de aquellas
noches, cuando se marchó el último (no sé como llamarlo ahora, en ese tiempo
les decía amigos) de mis amigos, quede sólo en casa y me detuve a pensar en
Mía: en su inocencia, en su cara, y en su embarazo.
Me fije cuánto dinero me había sobrado (fíjense
bien, he dicho Sobrado) y descubrí que de la fortuna heredada sólo me quedaba
resto para un departamento de 1 ó 2 ambientes. Y así de golpe fui cerrando las
puertas de mi casa, para permitirme una oportunidad de ser feliz junto a Mía y
a nuestra pequeña Luna. Así nombraríamos a nuestra hija. Pero la perdimos al
segundo mes de embarazo.
¡Cuántos recuerdos hermosos me quedan de esa
mujer! No hay adjetivos ni elogios, ni siquiera el pensamiento mas extenso
lleno de intensiones de la verdad, me alcanzarían para describir todo lo que
esa ella significaba para mí. Para comprometernos habíamos comprado dos anillos
gemelos, de oro puro. Minúsculos grabados egipcios glorificaban su belleza y
también los ojos de quien los mirara.Cuando nuestros silencios se prolongaban, ella fijaba la vista en una
pequeña inscripción del dorso, y decía: ¿Ves? Éste es el símbolo de la vida,
o Ésta es la diosa de la sabiduría. Mía era bibliotecaria y le gustaba
Serrat. A veces hacíamos el amor con la casetera andando, y en el momento del
cigarrillo, Mía escuchaba y cantaba. Ahora que recuerdo aquellos momentos, me
detengo sobre la imagen de sus ojos lúcidos. Relajada y sin mirarme, pero
sabiendo que estábamos ahí uno para el otro, y que el sentido de nuestras almas
eran esos momentos, como una niña ingenua cantaba para el aire y para mí Una
mujer desnuda y en lo oscuro. Era su preferida. ¿Qué pensaría en esos
momentos? Éramos tan felices cuando estábamos juntos. Y pensar que tuve la suerte
de enamorarla perdidamente.
Todo esto fue cuando ya había comprado el nuevo
departamento. Allí pasé las mañanas más felices de mi vida… Y las noches más
solitarias cuando no la tenía. Para dramatizar más, podría decir que las peores
soledades las conocí cuando Mía se marchaba. Pero la verdad es que no. No
entiendo qué poderes indescifrables tuvo aquella relación, pero sabía que en
cualquier momento la Casualidad nos daría noticias a uno del otro. Algo que
puede ilustrar mi idea son las incontables veces que estaba a punto de levantar
el teléfono para llamarla, y la suave campanilla se me adelantaba, con ella del
otro lado.
La vi por última vez en junio del 2002. Dejó de
llamar en marzo del 2004.
Las vueltas de vida son a veces muy
deshonrosas. Lo digo por cómo la necesidad nos recuerda lo le que habíamos
jurado cuando uno menos se lo espera. Y quebrando nuestra palabra volvemos a
caer en los mismos pozos que tanto tiempo sorteamos. Entonces recurrimos a las
viejas y equivocadas salvaciones. Así, pues, luego de 4 años de abstinencia,
una noche (acompañado de gente que prefiero olvidar) volví a caer en las
promesas de aquel tramposo amor, como lo llamaba Fernando.
Fernando es mi mejor amigo del mundo entero.
Está en Argentina cuidando de dos gatitos, Demóstenes y Cleopatra. El machito
era suyo, y la hembra mía. Se los regalé unos días antes de navidad, ya
sabiendo que me vendría a España el 21 de diciembre.
También con Fernando vivimos muchas cosas
juntos. Muchas alegrías y muchas tristezas. Él siempre andaba quejándose de la
vida, pero la mayor parte de nuestra convivencia hemos pasado momentos
extraordinarios. Al ir creciendo aprendemos a aprovechar lo que Dios nos pone
al alcance de nuestro camino, y nos resguardamos en los pequeños detalles que
salvan una amistad. Y cuando empiezan a asomar los defectos, pronto los
sepultamos momentáneamente bajo el recuerdo de las risas en complicidad o
alguna vez que hemos tomado una iniciativa, o alguna pequeña ayuda que hemos
dado. Por eso deberá de ser que a estas alturas del partido ya me da gracia,
cuando nos recuerdo peleando por las colillas tiradas en la pileta, como si
fuésemos una pareja. Los dos habíamos sufrido mucho. Será por eso que
valorábamos tanto nuestra amistad. Él, estaba comenzando las enseñanzas del
primer desamor. A veces lo llamo y me cuenta cómo le duele saber que ella no lo
llamará nunca más.
Casi todos los días discutíamos antes de que él
saliese a trabajar. Fernando todavía es chofer de taxi. Se despertaba a las
seis de la tarde, y todo el tiempo me andaba pidiendo cosas para la casa: Este
mueble deberías correrlo hacia el otro ambiente, Compra por favor una crema
de enjuague de tal marca o tal otra, No te olvides de las piedras para los
gatitos. Y yo lo espera despierto casi todas las noches, hasta las 4 o las 5
de la madrugada. En esas noches ordenaba la casa, hacía las camas, usaba el
ordenador, o miraba tele. Cuando nos dimos de baja el servicio de canales
satelitales, fue que comencé a escribir.
No me atrevería a adjetivar la Argentina del
año 2005.
Siempre
nombrando a Fernando como si fuera un punto de referencia para que mi relato
sea lo más cronológico posible, y que futuros jueces desconocidos puedan
catalogar esta antología de mis memorias sin pensar que han sido escritas al
azar, sin demasiado esmero, puedo decir que mi familia había querido salvarme
de aquella crisis, pues me esperaban en Salamanca, España, desde hacia ya un
año y medio. Para dar un ejemplo de la situación en la que nuestras populares
estrategias de subsistencia se desenvolvían, puedo decir que hubo semanas en
que almorzábamos mediodía por medio, y yo entonces me lamentaba recordando las
consideraciones que yo había tenido con mis buenos amigos. Ya nada era como
en la famosa época del trigo. Las cosas andaban mal en todo
sentido. Yo ya había dejado de creer hacía mucho en las promesas políticas. He
aprendido que el verdadero cambio esta dentro de cada uno.
Aún aquellos días y noches están en mi recuerdo
demasiado vivos. Será que la nostalgia y el destierro me los han hecho recordar
tantas veces que es como si me hubiera estado preparando para rendir un oral de
mis vergüenzas. Salvo que no recuerdo nada en palabras: Todos los momentos de
ese invierno se mantienen en mi memoria como postales indestructibles. Y ahora
que el desarraigo ha ejercitado en mis mañanas la trágica necesidad de las
prosas, yo cuando puedo voy resumiendo en oraciones los inexpugnables dramas y
felicidades de mis últimos meses en Argentina, como sabiendo que el relato
destronará de mi psiquis las alegrías pasadas, y concederá lugar a próximos
aciertos o desatinos.
Durante
la noche de mi último invierno en Buenos Aires, iba a dibujar a una plaza que
quedaba a unas dos calles de mi departamento. Había mesas y bancos de amianto
en el ángulo que lindaba con la avenida, con erosionados tableros de ajedrez
todos mal-escritos por los chicos que dormían allí, abrigados por el plástico
de los juegos. Cuando Fernando no estaba, en los mismos bancos yo lucía mi
atril y mi tablero de dibujo por si la noche quería verme trabajando. De vez en
cuando, mientras dibujaba, los chicos de la plaza se me acercaban, y así fui
sabiendo lo que significa la vida cuando no se tiene nada. Muchas veces me
salvaron de la abstinencia cuando me quedaba sin cigarrillos. Luciano, dormía
con su novia en los túneles del arenero, y si alguna vez se me acababa el
tabaco, yo dejaba mis lápices y mis borradores y me acercaba sigiloso hasta las
rejas, fronteras de la civilización y la cama de Luciano. Entonces silbaba despacito
para que Luciano se despertara. Y me salvaba la noche cuando me convidaba de a
dos cigarrillos. No suelo pedir favores a desconocidos, pero al tratarse del
tabaco, me atrevía a interrumpir las cenas y los tragos que servían en los
bares para pedir un cigarrillo, daba igual qué marca fuera. Pero ciertamente,
me sorprende una verdad que me acaba de molestar un poco. No importaba el
momento, o la persona que fuese; siempre que pedí un cigarrillo a un
desconocido tuve miedo al negación y a ser tratado como un delincuente.
Evaluaba la cara de mis víctimas y de inspirarme confianza, les atacaba con mi
insolencia para que me convidaran algo para fumar. La necesidad de evitar
padecimientos superaba mi timidez. Y aunque temía a la abstinencia, siempre
trataba de no molestar demasiado a la gente que no había visto nunca. Tal vez
me les paraba a unos metros y esperaba a que no estuvieran haciendo nada: Por
ejemplo, una vez aguardé a un muchacho rubio de traje y corbata con cara de
buena gente, a que terminara su merienda en un barcito del centro suburbano.
Había visto yo una cajetilla sobre su mesa y después entré despacito para que
no se asustara de mí. Tenía preparado una presentación muy amable, que me había
inventado en un segundo cuando aún estaba en la puerta de entrada. Claro que en
esa época yo tenía entrenada mi mente para la picardía. Mi monólogo era
infalible; creo haberlo utilizado con éxito en 2 ocasiones anteriores. Entonces
con fe sumada a mi cortesía, le expliqué la verdad. Yo quería fumar. Pero sin importarle
demasiado apartó de mis ojos los cigarrillos, y con mirada de piedra
simplemente me dijo que no. Sin palabras de por medio, me di la vuelta y partí.
Era la primera vez que no pude conseguir dinero para mi vicio. Y así, después
de aquella vez, ya no me importó mucho lo que podían pensar de mí los
desconocidos. Yo tenía diecisiete años. Es así que aprendí a no molestar mucho,
pues las personas se ofenden cuando un ajeno les pide favores. Luciano en
cambio no tenía inconveniente en que le despertara a la hora que fuera por
cualquier problema que yo podía tener. Los chicos siempre me decían: Si llegas
a tener algún drama con alguien… A la hora que sea, sólo sílbanos. Y aunque
todo el barrio les temía y los marginaba, conmigo siempre se comportaron como
caballeros. Me enseñaron mucho acerca de la generosidad cuando no se tiene
nada. Carlitos, el mejor de todos, acabó en prisión el día que fui a despedirme
de ellos.
Regresaba
a casa cuando amanecía.
Mi
aislamiento no era motivado por la luz solar, sino por misantropía. Y a la hora
en que la sociedad sale a vivir, me paraba a la salida de los primarios, a ver
si podía vender algún dibujo para comprar mi desayuno. Y algunos días tenía
suerte. Entonces ahorrábamos algunas monedas para la casa. Como ya he referido,
era invierno, y algunas madrugadas la neblina inoportuna humedecía el dibujo
que estaba formándose sobre el lienzo. En esos momentos el silencio y el frío
provocaron la aparición de mis primeros fantasmas inconscientes. Recuerdo muy
bien a mi último fantasma.
Fue
de madrugada, antes que el alba iluminara la soledad, un hombre de unos 60 años
pasó a pie, con el taco sigiloso iba consumiendo la distancia a qué sabrá
dónde. Único testigo de mi soledad desde hacia varias horas. Se dio vuelta para
mirarme, como si intentara advertirme de algo. Y yo pensando que era un
accidente de mi psicología, bajé la vista. Pensé también que miraba mi lienzo,
pero cuando analicé otra vez sus ojos, me di cuenta que su expresión me era
familiar. Noté sus anteojos y su cabello prolijamente muriendo en canas. Tenía
la cara más bondadosa que yo recordé de todas las que había visto. Se alejó un
poco más. Y se volvió otra vez para mirarme sin dejar de caminar.
Era
la cara de mi padre.
Mi
padre estaba en Salamanca desde hacia un año, donde poco después iba a arribar
yo, un 22 de Diciembre. La noche que volví a ver a mi familia fue un festejo
extraordinariamente feliz y doloroso. Yo había sufrido tanto por mi rebeldía. Y
siempre recordaba las primeras palabras de Mía: Uno nunca está más a
salvo en ningún lugar de la tierra que en los brazos de los padres.
Hace
casi un año que estoy aquí. Y nunca voy a olvidar los sentimientos al ver a mi
madre otra vez. ¡Habíamos tenido tantos problemas! Por eso fue que elegí
quedarme en Buenos Aires. Quise averiguar qué nos había sucedido. Pero aunque
en su momento pensaba de otra manera, la vida me fue enseñando que algunos
deseos son meras especulaciones futuras.
Todo
se fue empeorando después de mi accidente. Yo había abandonado cinco meses
antes el Industrial. Estaba en cuarto. Ya me había intentado ir de casa una vez
ese año. Pensaba que las cosas iban a ser un poco más sencillas. Pero a los
pocos días hablé por teléfono con mi madre, y me propuso una oferta que no pude
rechazar: Una cama calentita. Yo tenía una novia, Alicia, que también me
aconsejaba, igual que Mía me aconsejaría a volver con mis padres seis años más
tarde. Alicia era cocainómana. Ella tenía 22 años cuando nos enamoramos. Y un
hijo, producto de una violación en la que perdería su virginidad, cinco o seis
antes de que nos conociéramos.
Como
si fuera mi invierno preferido, 1994 fue el año que recuerdo con más alegría y
más tristeza. Uno cosecha lo que siembra, se suele decir. Será por mis faltas
al 5º Mandamiento que unos meses después de haber abandonado el colegio, entré
en coma dos meses. Pero mi juventud me ha concedido un milagro, por eso todavía
recuerdo como recién pasada la noche en que me despedí de mi compañero de
banco. El Mono Suárez. Éramos los más divertidos del curso. Nos
vimos por última vez en Agosto o Septiembre de 1999 y todavía lo admiro
muchísimo. Fue gracias a su amistad que descubrí la importancia curativa de la
risa honesta. Los cigarrillos eran los compañeros más cómplices que teníamos. Era
lindo jugar a ser mayores. Algunas veces no entrábamos a clase, y en la ciudad
bajo cero fumábamos una cajetilla cada uno. Todavía conservo sus letras
técnicas en una cajita de Marlboro, la noche que me decidí a dejar el colegio
para aprender a vivir de golpe:
Te voy a extrañar hermano
(Mucho)
25 de agosto de 1994
Cuando
desperté del coma fue a uno de las primeras perdonas a las que llamé. Y al
escucharme no me reconoció de inmediato, mi voz se había hecho finita gracias
aquella invencible traqueotomía. Y entonces, por primera vez en nuestra
amistad, le conocí lágrimas ventrílocuas a través del audífono. Fue un momento
maravilloso para los dos.
Pero
volviendo a mis padres. Al despertar, mis primeras angustias fue cuando mi
padre: Bueno, dejo las minucias a un lado y voy a lo importante para el
relato.
Empecé
y abandone el colegio dos veces más en los años 96 y 98. Entonces fue que
cobré el juicio por mi accidente. Setecientos mil dólares. Pero como confesé de
otra manera, con otras palabras anteriormente, el dinero corrompe las
voluntades. Y lo que hubiera sido una vida de alegrías y prosperidad para mi
familia y para mí, se transformó en un inacabable juicio que duró dos años
interminables. Me tuve que volver a ir de casa, con una pierna menos y un
trauma que me impedía tener empatía con las personas, sin contar mi miedo a los
autos. Y así fue que durante dos años viví prácticamente en la calle. Cuando mi
familia, decía que me estaba protegiendo de las malas influencias. En fin... El
Karma tendrá sus razones. Pero con el tiempo comprendimos que nadie podía
disfrutar del dinero si estábamos tan separados. Y justo cuando mi abogado me
recomendó firmar un pacto de honorarios, fue que nos arreglamos. Después
pasaron otras cosas terribles. Otras no tanto.
Todo
esto que habíamos pasado los años que siguieron les reproche muchas cosas. Y
cuando me telefoneaban todos los días desde España para charlar... yo los
trataba con indiferencia. Fue así que en diciembre del 2004 me quede solo en mi
departamento. Aún no lo había conocido a Fernando. Y antes de las últimas
navidades fue que decidí regresar a los brazos de mi familia.
Ahora
que mis desvaríos mentales ya no son un secreto para nadie que me hubiera
leído, y que mis posibles conocedores serán arbitrarios jueces de mis conductas
una vez acabada la última de las oraciones confesionarias de mi escritura, yo
prosigo hacia delante retomando de algún párrafo pretérito la amistad en la que
Fernando y yo nos refugiamos, para salvar las distancias emocionales que había
entre nosotros y el mundo de los normales.
Gracias a Fernando fue que ejercité mi fe.
Cuando me contaba lo difícil que era su vida, esperaba a que se fuera de casa y
me sentaba a reflexionar sobre qué hubiera hecho yo en su lugar. Entonces
escribía. Me inspiraba salir al balcón (que Fernando había llenado de
Pensamientos y otras plantas que no sé cómo se llaman), a tomar mate y mirar
las estrellas. Me quedaba horas allí, solo, hasta que él volvía. Algunas veces,
cuando sobre el papel aparecía la respuesta que yo estaba esperando, pasaba por
la calle mi enamorada. Y yo me preguntaba qué relación tendría aquella
casualidad con mis escrituras…
No todos los hombres saben que la salida está
en la observación de sí mismos. Me costó mucho que Fernando entendiera mis
silencios. Y sabía que Fernando volvería a casa para desahogarse. Pero yo ya me
había preparado. Entonces, cuando comenzaba otra vez a contarme lo malo que era
el mundo, yo le señalaba su cama: ¡Allí, debajo de las sabanas!. Entonces Fer
encontraba un sobre con todo lo que había escrito en su ausencia.
Eso que a mí me era tan fácil, él le daba el
valor de un tesoro. Se emocionaba de veras. Y la atención que les ponía me
llenaba de honores. Fernando tenía mil cosas que yo detestaba, pero era un
hombre inundado de principios. Tal vez el cariño me haga exagerar, pero
recordaba siempre cada detalle que yo tenía con él. Y me los recordaba cuando me
ponía triste.
Lo malo de todo esto, es que cuando volvía de
trabajar, casi siempre, pasaba por nuestro bar, y traía consigo un gramo o dos
de cocaína. En esos días fue lo sucedido en Miami, el huracán. Miraba las
noticias cuando me quedaba solo, los destrozos, la gente que se quedaba sin
vivienda, y que hasta hoy debe estar desesperada. Entonces cuando él volvía yo
le preguntaba: ¿Trajiste Katrina?
Al principio pude controlar mi deseo bastante
fácil. Me era sencillo después de 4 años de no haber tomado. Hasta Fernando que
desde su pubertad no había detenido el consumo incontrolado, se inspiraba a
tomar menos cuando traía el plato con los lagartos y yo le decía: No, te
agradezco. Después me enteraría que Fernando les contaba a sus amigos aquel rechazo
mío como una proeza que pocos han logrado en la vida.
Así fue, que empecé a darle consejos para que
fuera dejando. Fer, mi compañero, logró los primeros pasos para su
recuperación, estando 14 felices días sin consumir. Yo le había recomendado que
cuando saliera de trabajar, inmediatamente gastase el dinero en pequeños lujos,
y volviera a casa sin pasar por el bar. En esos 14 días, Fer siempre regresaba
con suéteres nuevos.
Y la noche 15 fer me llamo antes de venir.
Me dijo que había encontrado dinero. Un
pasajero se había olvidado un billete de cien pesos, y también una caja de
chicles. Y como si algo nos estuviera tentando, esa noche compramos 3 papeles,
y ya no pudimos retroceder. Llegó un punto en que nuestros roles se invirtieron
drásticamente. Él ya había dejado de ofrecerme, y yo le pedía el último
suspiro.
Voy haciendo rápidos estos recuerdos, me
lastima haberme deshonrado tanto por aquella falsa felicidad, que no duraba más
de 5, 10, ó 15 minutos. Espero que la omisión de momentos vergonzosos, me sea
perdonada por mi Deber de Enfrentarlos, y ya no cuenten para Él. Esperaré que
me entienda, y que este relato sea como una compensación de mis faltas, pues yo
siempre supe lo que tendría que haber hecho. Pero en la soledad, y necesitando
revancha de las injusticias y equivocaciones que uno le reprocha a la vida,
nace la rebeldía contra uno mismo. Si no la tuviese, diría que la Consciencia
es el enemigo que siempre acaba venciéndonos. Todas las adicciones que gocé
primero y sufrí después, lograron no sé cómo mi defensa.
Nunca llegamos a vender nada, ningún
electrodoméstico ni ninguna campera. Cuando no hay dinero, se ve al puntero y
se le ofrece algo de valor por algunos papeles.
Una noche de aquel aventurero invierno,
Fernando trajo como casi siempre un poco de Katrina. Cuando la acabamos no
teníamos más dinero (entonces no me paré a ver lo distinto que yo estaba de
seis meses atrás, y ahora entiendo porqué la llamaba tramposa. Pero yo en
esos momentos era muy necio, no escuchaba razones y todo tenía que ser a mi
modo. Entonces abrí el cajón de la mesa de noche, y saqué temblando por mi
vicio la caja donde guardaba los pequeños recuerdos de toda mi vida, lo más
valioso para mí. Entre todas las tarjetas, las cartas de amor, y los objetos
que en otros momentos de cordura me provocaban lágrimas y emociones, se
encontraba lo que yo a ciencia cierta ya tenía seleccionado en mente.
Cambié –yo, Damián Nicolás López Dallara,
retratista de mujeres bellísimas, teólogo por la curiosidad que me provocan las
Cuestiones Profundas, narrador de historias emocionantes que dan esperanzas al
prójimo- el anillo que me había regalado la mujer que mejor me amó hasta este
día, por siete gramos de un veneno que daba la felicidad más efímera,
desconocida y agraciada por los hombres en mitades iguales.
Después, pasaron unos días de reflexiones. Y
así elegí el destierro, como cuatro años antes elegí a la mujer que amaba, para
darme una oportunidad de felicidad junto a lo único que el Destino es incapaz
de quitarme. Mis escrituras, mis reflexiones. Y mis vergüenzas.
¿A mi Corresponsal, tal vez, podría ir dirigida esta estática odisea, que cruza rizo por rizo cada centímetro escribible de esta cuartilla? En su transcurso, el tiempo y la precisa medida de mis cursivas, hacen pasar a mi simulada impaciencia por un imperceptible tamiz, que logra dejar a mi espíritu sin impurezas, para que la punta de mi bolígrafo se deslice crudamente, consumiendo el blanco de cada renglón, que vaticina otro renglón vacío.
Ser huérfano de tu afecto es algo que sabe extraño. Uno empieza a notar que los meses ya no tienen festivos. Y se vive aguardando despertar y haberlo olvidado todo.
¿Con qué motivación comenzaría a consolar tu intocable melancolía, si sé de antemano que estas palabras no tienen más destino que una ermitaña caja de zapatos? Antes que Hades reemplazara las anochecidas visitas de Morfeo, sé muy bien que prometí contestar tus cartas lo más deprisa posible, para que mis caligrafías te enamoraran de nuevo y así –ante la orgullosa Soledad-, prometieras nuevas monogamias, fecundadas en tu pretérito corazón por estas demostrativas tintas. Lamento mucho que tantos años hayan separado tus viajeros párrafos de mi impotente contestación.
Ahora que el azar nos ha cerrado las abruptas puertas de los reencuentros inesperados, en vez de recordar nuestra particular intimidad, nuestras deliciosas oralidades, o nuestro prócer cariño, casi siempre cuando evoco memorias que ningún siglo desgasta, pienso en todo lo que te he ido prometiendo a lo largo de nuestras mitigantes hablas y, todavía hoy, no conseguí darte, ni siquiera en mitades. Ahora que mi sol se esconde en otro este, me doy cuenta que no he hecho todo lo que pude para estar a tu lado. Y viviré con este dulce remordimiento para siempre, pues se me hace más que difícil el regreso a mi querida tierra cuando supe que ya no me esperarás más. Frente a un obispo frustrado te he prometido amor para siempre; y aún mantengo mi devoto empeño. Pues tú ya sabes quelas cópulas y las miradas nos engañan, por un segundo, con un amor instantáneo, pero que muere a la primer convivencia. Y mueren más todavía cuando uno espera que todas las rutinas futuras sean una minuciosa réplica de los momentos en que habíamos conseguido la rebosante felicidad.
Cuando ayer las ineficaces estrellas interpretaban para los campos de trigoy para los caballos cuadrúpedos el opus de sus copiosas costelaciones, pensaba que estas letras tartamudas deberían rendir un homenaje a los injustos años que hemos forzado imprevistos acercamientos; honor a las catástrofes superadas y, también, un suntuoso tributo al fruto de nuestro amor. Estos demorados epistolarios merecen completarse con oraciones que sólo unos pocos puedan escribir. Ojalá yo estuviera en condiciones de mil cursivas que honraran a tu entendimiento vencido.
En la víspera de este otro día, ahora que el sol nos da un respiro de 2 ó 3 horas comparado con la estación pasada, se cumplió un año entero de haber llegado a este país guarnecido de abundancia. Y yo me detengo a pensar si es que los que fueron míos y tuyos irán de vez en cuando a visitarte, si hablarán contigo a través de la espesa tierra cenicienta. ¿Quién te convidará cigarrillos, ahora que esos artísticos dedos sostienen nada más que la ingravidez? ¿Qué será de tí tras cinco claustrofóbicos años? ¿Qué dirán de ti las personas del barrio, donde prodigaste tu dulce niñez y exótica adolescencia? Ahora que ya no existen posibilidades de nuevas misas: ¿Los mendigos de las iglesias recordarán en algún futuro que nuestras manos se separaron para darles una patética moneda? Todas esas cuestiones no se encargarían de cambiar algo. Y sin embargo tu eterna ausencia exige que las resuelva. Será que los hombres sólo son dignos del amor de los ángeles cuando se dejan transportar por fantánticas inquisiciones, que no tienen enmienda.
Me gustaba mi vida como si se hubiera tratado de una confiada aventura. Ahora nada más mis escrituras borrocas sólo recuentan ciertas partes de mi ayer anecdótico: como si mi mente o mi memoria fuera una elite de de vivencias, yo quiero únicamente contar mis arrepentimientos para que en mis indagadores, promuévanse valentías inspiradas por mi tremendo vacío soportado.
Y contarles a través de dignificados relatos lo equivocado que yo estuve, pensando que siempre nos espera una revancha. Yo ya nada más preferiría que esta vergüenza se vaya enterrando en la desmemoria. La inundada osamenta me advirtió que nos arriesgamos a perder mucho por esa soberbia confianza que depositamos en la perpetuidad. Las cosas se pulverizan.
El retrato del cocker todavía está en el atril, pues en sus rasgos carbónicos se presiente que falta algo por esbozar: quizás más desparramadas de la heterogénea garafiteada, para que el dibujo adquiera una profundidad más homogénea, pues a como está ahora hay mucha tonalidad en los ojos y en las puntas de las orejas, pero la mirada que lo recorra puntillosamente, podrá decir del perro que es un bosque sinuoso de andar. Fallaron los retoques del 8B para que la camuflada punta de la trompa adquiriera un expresivo relieve. Posicionado en una postura alzada, sus ojos vigilan cada rincón de la habitación, como si se tratase de una Gioconda infinitamente tristona.
El mate y el humo del agua a punto que jamás permito se hiervar, las burbujas que cuando cebo salen a flote, como si fueran aplastadas burbujas de hidrógeno y de oxígeno emergiendo en un jacuzzi de lodo oriental... Todo ha vuelto a ser igual que antes. Aunque con diferencias importantes: Ya no ando como antes escarbando en mi memoria, en la búsqueda de una experiencia digna para escribirse, de un tema menos mediocre que mi mediocridad. Ahora sé que apenas me siente, tengo la muchísima madeja de su leyenda para desovillar.
Aún sigues siendo lo más importante en mi vida. Me diste historia.
M
acha solía elegir trabajos donde el 99 sobre 100 de los puestos estuvieran ocupados por hombres. Una mujer tan hermosa moviendo maquinarias de construcción. Resaltaba como un Dalí exibiéndose entre monettes. Pero tenía una razón: Macha sentía que implantaba justicia, primero dejando que se enamoren perdidamente pero luego impidiendo que la tocaran. Me duele tanto que no esté aquí. Sólo consideré a una persona para contarle que Macha se marchó. Sus argumentos me afirman que no volverá, pero me consuelo pensando que no lo ha analizado del todo.
Lo que me apasionaba de ella era que todos querían tenerla.
Cuela un sentido especial: como si hubiéramos hecho las paces, como si nos lo hubiéramos perdonado todo, como si estos dos meses sin ella no hubieran existido, como si de repente nuestro enamoramiento se hubiera remontado en un barrilete que vuela por los cielos del tiempo, y llegara hasta antes de aqulla noche en que me habló de un tatuador semiartístico.
17 y 18 de marzo
A
quí estoy para escribirte, para resumir en dos o tres oraciones el pomposo amor inquebrantable que siento y que seguiré sintiendo, conforme el anochecer avance y Salamanca se vaya desprendiendo de sus colores vivos, para al fin regarse con el alumbrado municipal.
A pesar de que en dos meses larguísimos no he marcado su número, pues en tanto tiempo hemos conversado miles de veces más. Y así presiento certeramente que tu voz quiere estar próxima.
A veces estoy a punto de dar el adiós definitivo a los cuadernos titulados con un Macha indeleble. Pero aún deseo que se escriban poemas cuyas estrofas se suiciden en un solo adjetivo que haga un silábico juego con su lores. Quisiera contar su historia tan rimada como en la Eneida, para que así ya no duela tanto el recuerdo de sus tragedias, que desde los 6 añitos la venían persiguiendo una tras otra, como si con aquel pecado que perpetró su madre se hubiera encendido la mecha de un holocausto, y a su paso domolía su vida, extrangulando un sueño tras otro como si fueran cayentes fichas de un efecto tequila.
Los días no apagan el pensamiento de ti. ¿Cuánto más fuerte deberé gritar -a los vientos de los montes salmantinos- que a pesar de todo te amo y que mi grito llegare a Alcalá?
Algunos días soy de releer lo escrito hasta el momento, y se me da por compararnos con la amada Erguida con Puño y Jonh Dombar, quien comenzó a endulzar sus estoicos apuntes militares compartiendo con su homérico diario el secreto de su amor, y por él confesando el despertar de su espíritu indio.
Con las reiteradas leídas, los suelos americanos viajaron hasta un Japón de más o menos la misma época, y el diario del teniente ascendió hasta ser las anotaciones de un capitán, el capitán Alegran, quien como su antecesor Dombar, se ve tan influenciado por la convivencia que poco a poco se va convirtiendo en un siux más. Pues semejate, así este capitán yanqui se va haciendo devoto samurai, y en su diario pasan los días de sus admiraciones por la cultura de la aldea, donde Alegran es prisionero hasta que se derrita la nieve del invierno igualmente hermoso. Las estilográficas anotaciones del capitán Alegran, quien cada día nutría con una hoja más a la fraternal camaradería que se acostumbró a sentir por sus manuscritos. Así fueron engrosando las páginas escritas, de un cautiverio que es similar al tuyo o al mío. Pues esto a aquello se parece, salvo que nadie me fuerza para quedarme aislado, yo solo con yo y los hubiera sido que se encadenan a lo que fue nuestro amor.
Cuando el frío se fue de la aldea de Nobutana, hijo de Katsumoto, Alegran asustó con partir.
La bandera que se llenó con la flameante estampa del tigre blanco, hizo que coincidieran la experiencia de una muerte indudable con una enigmática visualización del samurai Padre. Como las que deseaba que logre tú con el despreciado Silva.
Pero a pesar del menosprecio sentido a veces, me quedan tantos recuerdos hermosos de ti mi amor.
Como la mujer maltratada que termina aceptando los golpes como un inevitable cometa que chocará con el mundo en cualquier momento, pues con esa misma decepción he terminado por aceptar nuestra distancia. La siento como algo erótico. La vivo como la fuente escondida en el desierto, como un gran lodazal donde esporádicamente crecen los esperanzadores lotos de la creatividad. Todo gira en extrañarte. Y que si algún día busco noticias tuyas los mensajes que otros hombres me arranquen en el corazón. Entonces tendré que venir a desahogarme escribiéndote, para no estancarme en las torturas de un resentimiento apasionado.
También echo de menos aquellas solitarias veces cuando me sentaba a escribir para salvar los kilómetros a costa de largos epistolarios, ya que no me alcanzaban los diezmos para viajar hasta la estación de Henares, donde una vez me despediste con la miedosa súplica de un beso. Me encierro aquí buscando un detalle que tengan la suficiente dulzura como para contrarrestar el amargor de tu partida, menos amante con cada aceptación de este vaticinado desamor. Me fascino encontrando pastitos o arenas en la profundidad del cuadro: detalles misteriosos que necesitan de nuevas sílabas para ser expresados.
Me enamoré de su historia pero más perdidamente de su corazón. De cuando tenía chuchos de frío, que ciertamente parecía un corderito balando que me enternecía las células. Me derretía cuando perdía las casillas, cuando en esos momentos insultaba irritada, cuando hacía justificados sainetes. Ella siempre era auténtica. Los intelectos se los guardaba para sus libros y sus escritos. Una persona sin máscaras.
Prefiero existir cien días viajando a un pasado que tenga la tibieza de tu piel casi castaña, la inmensidad de tu olor a mar, antes que vivir en un presente donde tus ojos no existan.
las puertas de la biblioteca Torrente Ballester,un auto que me veda la distancia se cierra con un golpazo. Un pespunte colgante de la cortina apenitasse mece, como si el vientecito que exhala esa súbita cerrada, misteriosamente subiera hasta el quinto piso y entrara por la ventana entornada. Como si fueran aquellos tules volátiles que celebraban la venida de Venus [tules de seda que dando enruladas danzas le acariciaban el aura a la diosa], pues así la cortina con índoles escoceses se derrite sobre la hoja abierta de la ventana, parecida a los relojes dalintescos que colgaban de las ramas otoñales como un mantel que se pone a secar en el bosque. O a los violines desinflados que Salvador pintó en…
Como 3 pellizcos para el repulgue de una empañada gallega, el cuadrillé de la cortina escocesa se estruja en las esquinas altas de la ventana. Y desde ahí se despliega en milagrosos garabatos de dobleces.
23 de febrero
Aún sigo aquí. Escribo porque me siento más cerca tuyo.
Ahora me dices que nadie sobre el mundo merece más que yo una sonrisa de la vida. Pero desde enero que me pregunto cómo es que pudiste insultarme de esa manera.
La verdad es que si hoy me muero, entre todas las cosas a las que debiera dejar forzadamente (entre ellas la emocionante espera de ti),habría una razón que me alegraría un poco: pues sé muy bien que el resto de tu vida lo vivirías pensando que el último recuerdo que me quedó de ti fue aquel eres un hijo de puta.
Hubo días en que pasaba la noche entera deseando que por la mañana me llamaras para que todo se arregle. Pero cuando despertaba nunca tenía mensajes tuyos, y los dos que me habían llegado, poco menos me bautizaron de miserable. Esos mensajes llegaron con la insinuación de una amenaza: que ya tendría lo que me merecía.
Por eso: ¿qué sería de vos si hoy muriera? Seré para ti el segundo internado que fallece. También él te pretendía.
Los humanos somos tan frágiles, mi amor. Cuando vamos en bici nos dejamos llevar por la cuesta abajo, sin percatarnos de que a los autos le sienta igual que nos estemos o no divirtiendo, con tal de llegar al parking antes de que lo ocupe el gordo de la oficina de al lado.
Echo de menos tus traducciones. Cuando me llegaban los versos de Young doblados al castellano. Ellos contaban de tu rabia con el mundo, latiendo bajo esa inocencia de los 6 años.
Lo único bueno que tienen las desgracias en esa edad, es que permanecemos siendo niños para siempre. Pues el maleficio nos deja esperando vivir lo que nos fue vedado por las circunstancias.
Las ocho de la noche
24 de febrero
(un número especial)
Debí fijarme en la fecha antes que abandonar la cama. Los 24 soy propenso los accidentes y a los sainetes. Pero bueno, esa es otra historia.
He venido a escribirte hoy porque quiero tomarme el atrevimiento de darte una contestación que no me has pedido.
El paso de este febrero se fue haciendo un poco más lento tras cada día que tus deseadas palabras estuvieron ausentes. Pues desde el diez de enero esperé cada vez con menos esperanzas esa llamada, pero a su vez cuanto más ansioso de oírla estoy a lo que estuve durante la primer semana luego de que prometiéramos no vernos más.
Recién ahora me acuerdo: hoy me desperté soñando que discutíamos. Nos encontrábamos y peleábamos por dinero. Hasta el último segundo fuimos nobles: no se reclamó lo que fue de regalo. Y tus últimas palabras fueron: ¿porqué no pasas a tomar algo y te quedas para siempre?
Luego desperté.
¿Febrero veintiqué?
Eran las cuatro de la tarde cuando salí. El andar de una mujer me hizo acordar al tuyo. Al compás de cada taconeo el movimiento de sus glúteos me impregnaba con una excitación que aclamaba al sexo. La seguí tres calles, impactado por el parecido. Nada más me conformaba con verla. Era como si hubiera estado cerca de ti.
Bendije la duda porque consiguió que dejara de pensarte por un momento. Tú me has enseñado lo que significa una pérdida importante. Ni siquiera escribir un libro había preparado a mi corazón con la seguridad suficiente para superar tu distancia. Hoy es una tarde en la que me hace bien echarte en esa cálida cara todo los reproches que no te había dicho: Debiste haber escuchado más.
¿Pero para qué necesito trenzarlossobre esta hoja? Si tan sólo al mencionarlos en mis pensamientos fueron menguando la influencia corrosiva que ejercían maquiavélicamente sobre mi alma sustanciosa. Una ceguera: eso es lo único que conseguiré de tanto escribirte.
Hoy por hoy, en este día, en este asiento duro, prefiero articular oralmente mis emociones antes de que formen un largo mechón rizado como tus bucles de princesita, de la ricitos de oro que usó la cama de los tres osos. Mi amor… tu imagen de fantasía siempre aparece para dar riego al desmesurado anhelo que se funda en tus palabras.
¿Qué significa este repentino vacío de ti? Ya no le temo al recordarte.
Las réplicas de ayer han evolucionado hasta un consistente dolor que se funda en la añoranza de ti.
3 de marzo
Mi corderito enfermo.
Eras tan hermoso. Hasta la peste se convirtió en una tierna equivocación de la vida si la llevabas pegada tú. Cuando me voy a dormir siempre me llevo al lado la caja multiuso que te servía como pesebre. Pero ya no me despierta tu cencerro madrugador ni tus balidos de eseoese. El desamor es una esperanza muy, muy larga, que se enfoca en tu vuelta a casa.
Como el aburrimiento de los niños se aprovecha para crear personajes que se arriesgan a la aventura, o también para imitar personalidades o profesiones que son difíciles de desarrollar durante el resto de nuestras vidas, yo protegía mi frágil psicología jugando a que era piloto de un avión que rotaba sus eficacias dependiendo de mis sensibilidades. Con la tuca de una tiza, bajo las extendidas longitudes de la mesa centrada, dibujé brújulas aéreas y relojes que marcaban la tan soñada altitud. En los cuatro laterales dejé botones y desperfectas palancas meridionales que se subían y se bajaban con la presión de mis cuatro dedos mayores. Era precioso.
Releyendo las páginas de mi historia, luego de la mesa, en la pared del fondo, había un modular enorme que lo sargenteaba todo. Allí se resguardaba el dinero de nuestras caprichosas edades. Una vez papá dejó de atender, y como el cantante que deja el escenario para tomarse un wisky, hizo algo que nunca había hecho antes: dejó el negoció y entró a la casa con un particulares prendido. Otro hombre le seguía. Abrió la decorativa cerradura del modular. Y retiro los ahorros que se destinaban al alquiler y la luz. El hombre que lo seguía le estaba enfriando la columna con un cañón antiguo pero efectivo. En la cena de esa noche mis padres remataban los comentarios respecto al tema con menos mal,porque en vez del dinero grande, el ladrón se fue de la casa con unos puchitos que comprarían un chango lleno de víveres en el mercado Zanella, pero la suma importante se quedó en su lugar, ya que papá había previsto aquella desgracia y escondía el dinero del alquiler en la misma puertita que un diezmo de no sé qué, sólo que abajo de documentos distintos, para que si pasaba lo que ocurrió dejase contento al chorro con la medalla de plata, pero se fuera pensando que había cortado él la cinta de los cien metros.
Papá era inteligentísimo
Aún más a la izquierda del mueble banquero, un perchero se momificaba todos los días con las camperas de invierno, típico del buen gusto de mamá. En ese rincón, enseguida otra entrada de dos puertas que nos tenía preparada una galería blanca y alargada. Dividieron ese pasillo con una madera que mamá empapeló de nuevo cuando ya podíamos ver la estela de cada año. Allí enfilaron las camas donde dormíamos con mi hermana. El techo era en caída. Y me gustaba escuchar la lluvia que borboteaba sobre el tejado bordó. Los sábados y domingos papá siempre hacía un asado, y los hermanos dormíamos hasta tarde. Mi cabeza estaba apenas al ingresar, y en los fines de semana los pasos de papá me desperezaban. Levantaba los ojos en la penumbra y través de unas cortinas iguales a las que sembraban cinco o seis flores en negocio, lo espiaba a mi viejo que entraba a la casa para amontonar el dinero de los impuestos puchito sobre puchito, cuando venían las viejas gordas para elegir la parte más exquisita del costillar, y dejar en la casa los pesos para los lujos que nunca pudimos darnos, puesto que en el hogar que mis padres formaron no nos faltaba lo básico pero siempre teníamos cosas que componer o que actualizar. Hasta que papá cobró bien de nuevo, en casa nunca hubo nada moderno. Comprábamos los guardapolvos largos para poder hacerles los dobladillos y que nos sirvan para el año que iba a venir. O si no me compraban las Adidas falladas, que por un milagro salían de fábrica tan diferentes como los nigerianos que sin perseguirse andan por las calles de Saubtormesinas. Llevaban el error como un virus del Sida escondido en los linfocitos. Pero gracias a ello a mamá le costaban la mitad. Cuando era chico me emocionaba que mamá se decida a hacer cambios importantes: comprar una cocina nueva,pintar un ambiente. Nos entreteníamos cambiando la casa gracias a ideas nuevas. Mamá me hacía las carátulas de los cuadernos. Y a Mary también.
Como lo hubiera justificado si fera Borges, "Con el tiempo" algunas cosas se van perdiendo. Porque yo no sé en dónde se habrán quedado aquel magistral gato con botas, que mamá me había pintado para empezar el cuaderno de 3 grado: todos los gatos lindos tienen que ser rechonchos. Una espada derecha cortaba en dos al perspectivo castillo de algún marqués que de seguro no era el de Carabás, cuyas opulencias se recocían a escala. El felino era un mosquetero precioso.
Tampoco sobrevivió el Blancanieves de Mari, o algún Gepeto que tenía en las gafas una canica de sol.
Dentro de los lujos que pudimos darnos, siempre que venía la tía Beatriz íbamos al mercado y comprábamos cosas lindas para la escuela. Un sacapuntas de Pluto o de algún cachorro de dálmata que se había salvado de la Cruenta, y yo –con una emoción destructiva- les apretaba el hocico mocho cuando nos quedábamos solos. En esa misma colección estoy seguro que también Mikey formaba en tropa, porque para reírme de su ridículo, yo le tapaba los ojos doblándole las negras orejas hacia adelante.
Hoy por hoy, comienza a anochecer dos horas más tarde que el diez de enero. En esa benigna diferencia pueden coexistir miles de cosas.
En esas dos horas de día pueden colarse tantas calles nunca antes vistas, tantos gorriones que me harán decirle un réquiem a mi milagros. Con dos horas de atardecer podemos añadirle a nuestra memoria tantos árboles nuevos. Bastan dos horas de día más para que una rama antes calva hoy esté florecida.
Con estas dos horas más de día puedo alcanzar -por ejemplo- las colinas que más alejadas están de casa. Subir a la cumbre sintiendo que soy Colón y que esa cima es mi América. Inflarme con una ráfaga de brisa como si fuera el aire del mar. En esa añadidura de luminaria puedo mirar al sol que se marcha para cantarle un sentido himno con mi admiración. O idolatrar a los tonos púrpuras que visten los horizontes subtermsinos en el ocaso. O creer más en Jesucristo, porque veo a la luminiscencia cayendo al mundo por las rendijas de una nublada opulenta.
Y por último dejarme caer rodando por la pendiente pedregosa que me da envión para la vuelta a casa, jugando a que esa cuesta abajo es un tobogán con obstáculos: descender sorteando las trampas que dejó allí sabe qué dios, apretar más los frenos para que esta vez no me falle la inteligencia, o esquivar los pozos para que mi ojo no se arrastre por el declive del monte. Entonces evitaré varios meses de duelo, ya que no se me rompió de nuevo la paleta de porcelana.
Dos horas de día más pueden querer decir 5000 metros de río que no había visto antes. Entrar en Babilafuente o Aldehuela, y quedarme 5 minutos analizando el milenario nido de una cigüeña que adorna el techo del campanario. Sentir el frío de las miradas que me acusan por forastero. O preguntarle al apartado electricista dónde se abre el camino para ver a mi Tormes atardeciendo.
Dos horas de día más pueden querer decir estrenar siete kilómetros por la carretera de Madrid, y volver a casa antes de que anochezca. Esas dos horas de luz significan mucho para un ciclista, pues si al volver voy cansado, para tomar un descanso del pedaleo infrenable, puedo hacerles gancho a un respiro con la coca-cola, si es que me detengo en un quincho inmenso que huele a los extraviados asados que emparrillaba papá, y siempre se está manifestado a la repatriada derecha de la ruta, como si fuera el nicho que guarda en paz a la madre de todos los camioneros. Y entonces la van a visitar cada vez que se acuerdan. Esas dos horas de día más significan que en ese bar de las almas que están perdidas -enchapados antiguamente con trajes gris y marrón-, yo haya visto a los bisabuelos jugando solemnemente una mano de muse, pensándose cada carta como si se estuviera jugando un ajedrez entre 6 o 7 Kasparov.
Dos horas más de día pueden marcar la diferencia entre un regreso a casa en bicicleta o en ambulancia: ya que los conductores me ven mejor cuando la claridad embucha a lo ciudadano.
En dos horas de día más pueden caber tantos corazones injustamente destrozados.
Esas dos horas más pueden marcar la diferencia entre un mañana productivo y otro que será ocioso. Pues -como si fueran las verrugas en la cara de un viejo- durante el regreso a casa hay una cantidad de locales desparramados por la ciudad que vendrían bien para ponerme una librería. Pero está obscuro y yo no puedo fijarme bien si tienen colgando el cartel de se alquila.
Dos horas más de día pueden marcar la diferencia entre un delito intelectual y otro de hecho, ya que el violador no ataca cuando aún hay luz.
Una guerra de Malvinas cabe en dos horas de día, si es que el anochecer comienza dos horas más tarde que un diez de enero. O 150 cuartillas escritas con la estudiada pena de las madrugada. Dos horas más de día significan todo eso.
Suponiendo que la originalidad prosaica sitúa a nuestro pensar sobre un puente que nos cruza desde la vida cotidiana hasta el extremo de la fantasía, y en la fantasía nos quedásemos por un momento, olvidándonos de nuestros peores fantasmas y, a su vez, ese reemplazo momentáneo de pensamientos curase de a poquito nuestra memoria, disolviendo viejos recuerdos a fuerza de renovadas y benévolas imaginaciones salvadoras, producidas espontáneamente por subliminares asociaciones logran crepitar nuestras almas a causa de cada nueva oración leída a lo largo de toda la lectura... Pues entonces yo buscaría la manera de que, en estas pocas líneas, se resumieran los mejores autores del mundo entero, para que así nuevos libros compensen el vacío que causó dentro de mí la Suerte o el Destino. Y la lectura de mis letras vaya disolviendo lamentablemente viejas literaturas que aún están reinando en mi memoria real.
Ni siquiera deseo comenzar este bendito epistolario con una oración que ya te hubiera dedicado a ti o a cualquiera de mis otros corresponsales. Y si fuera cierto lo que estos párrafos fatalistas opinan, tus ojos desechos se irían recomponiendo en cada sentencia que te exprese. Si yo pudiese revivir con la originalidad y tú, aún a obscuras, fueses capaz de releer mis confesiones, pues yo le inventaría un nuevo nombre a cada una de mis lágrimas. Y cada línea mía reconstruiría una por una a tus células perennes. Pero también trataría de ser cauteloso esta vez, para dar a esta carta la lectura necesaria pero justa. Y así tengas una interpretación misericordiosa de mis nostalgias. Ni siquiera sería necesario que te esforzaras más allá del pasivo movimiento de tus pupilas incalculables. Y así, otra vez, ese pecho que nadie mortal poseerá de nuevo reservaría un hueco para tu alma bohemia.
Ahora que un crujido poco distante casi parte mi inspiración por la mitad, y yo ya estoy indeciso entre seguir adelante o descansar en la triste y solitaria compañía de los mates meridionales, te confieso, vida mía, que me arriesgaré a tocar de oído una melodía que está sonando en el centro de esta rehusada hombría. Ojalá la mala mano que nos ha jugado el Destino o la distancia, no me reste deseos de corregir este arrepentimiento, creando destinatarias frases que terminarán -sin duda-, encerradas en la cajonera donde guardaste impuestos y vacunas, pues ningún correo llega ahora hasta el ese búnker de madera que asila a tus linfocitos. Pero aún bajo llave, mis palabras estarán eternamente deseosas de una reencarnación. ¿Que serás en tu próxima existencia, de ser el budismo cierto? Pero más me preocupa todavía cómo te reconoceré si en veinte años, cuando tengas la edad que tenías cuando el Señor cruzó nuestros caminos, un azar reiterativo te acercara a mí en un cuerpo distinto.
Desearía que todavía vivieses en una casa con tejado rojo; y que una mañana el cartero pudiera rastrear tus puertas. Y ubicara en tu intranquilo buzón grisáceo estas palabras dedicadas. Pero como sé que lo posible se opone con todos sus argumentos a estos deseos míos -pues Dios ha elegido ponerte al cuidado de otros jardines que no fueron nuestros-, desearía que tus ilustres miradas pudieran avanzar hacia la culminación de esta epístola, y mis dilatadas palabras te sonaran cada vez más interesantes, para que así destraben nuestras creencias de vida y muerte, y entonces puedas, temporalmente, amanecer en un mundo dónde las compresiones diseminarán a los pequeños intrusos agusanados que usurparon esa inalcanzable casa tuya. Ojalá mis cursivas salvadas en estos imaginarios folios tuvieran magia suficiente como para que tu cuerpo vuelva del País de la Inacción. Y de nuevo algún mortal se sorprenda con tu sonrisa blanca. Lo fantástico ha sido un haber en el hogar de tu alma, tanto tu pasado como tu presente, por eso es que no descarté aún que toda esta tontería de resurrecciones tenga razón para la excepción...
Pero ahora que el dolor nos ha ofrecido el despreciable mapa de nuestro histórico destino, ningún mensajero podrá encontrar el epíteto número de tu casa obscura. Quizás de haberlo adivinado, pude mandar un anticipado sobre para el lucrativo cochero, quién sin arrear ningún caballo te llevó a unos jardines llenos de ángeles que serenan a las arpas y a las trompetas. Pero cuando ya es tarde para cartas o los reencuentros, vuelvo al desintoxicante hábito de mis cursivas. Pues quiera mi Señor que por cada línea que se me ocurra, este papel en blanco vaya perdonando mis inútiles afectos.
En el papel se quedan nuestros desamores o nuestras dichas. Pero tantas ideas, tantos miedos, tantos impulsos, me dicen al fin que, aunque escribiese mil horas seguidas, no bastaría para testificar sobre toda esa perpetua angustia que me dejó la notificación del vuelo que jamás aterrizó en Madrid.
Lo tortuoso, lo burlante, lo desesperante, es ahora para mí un mirar hacia el futuro de mis pensamientos, y levantar el ancla que me varaba en la luminosa playa de tu existencia. ¿Que habrá sucedido en mis propósitos? –pienso-. ¿Acaso la pereza logró que yo otra vez optara por el camino más prometedor para ambos, en lugar del más seguro? Evité escuchar la caja negra porque no quería reconocer a tus gritos entre la maraña de desesperados cayendo al mar. Y no dejo de pensar en el último sentimiento de mi niño. A veces desearía que se hubiera ido más adelante, cuando la patria potestad llega al punto de su libertina caducidad. Dios no le concedió más tiempo para sufrir. Mi niño no tuvo oportunidad de hacer soñar a una princesa. Una pesada carga de infantiles utopías lo sumergió primero que a ti: románticos héroes que persuadieron mis ideales a lo largo de su corta antología. Si ese candoroso prepúber todavía fuera al colegio, yo ahora no estaría llorando por que mis libros no se comprenden. Tal vez, querida, si la casa de la muerte tuviese una dirección, hubiera bastado con una que otra palabra mía, para que ustedes pisaran la calle sin señaladores donde hoy residen mis huesos latinos. En cambio ahora: algún día viajaré sobre el Atlántico y pensaré que visito ese hogar, incapaz de retener los suspiros de ustedes, ya que en burbujas salen a la superficie los alaridos que emiten socorros, como si luego de atravesar el ancho fondo del mar, al resurgir al oxígeno se oyeran los alaridos.
Pero las circunstancias son al fin la realidad a la que debemos ceñir nuestros ineficaces planes. Los míos, mi vida, son infecundos sueños que me hablan sobre la posibilidad de que la resurrección fuera un universal y accesible truco de magia bondadosa. Nuestra despedida final me propuso estas ingenuas fantasías, pues Dios se negó a contarme el secreto de su poder más codiciado. Y aquellas mentalidades inalcanzables son un símil de la masa del herrero impactando, con su fría mole uniforme, sobre la superficie del yunque siempre negro. Y un golpe tras de otro mi reducido corazón se paraliza intermitentemente.
Allí vienen y van mis fantasías. En una mente sana, íntegra, los deseos vienen y van como si fueran pájaros volando en el cielo de nuestro entendimiento. Mas en la mía, ya contaminada con filosofías y metafísicas de segunda mano, los sueños son aplastados por el martillo de mis condicionamientos impiadosos. Y así, como si mis correcciones fuesen minotauros embistiendo el corazón de sus detractores, eludo enfrentarme con la partida, esperando que todo acabará por revertirse alguna vez.
Hay muchos rompecabezas. El Armador elige siempre el que más le gusta, pero los más lindos son los más grandes.
Armar los más grandes lleva siempre mucho tiempo y esfuerzo. Al principio, el amador que elige los grandes sufre ansiedades por encontrar mitades que encajen. Y cuando logra la primer unión, fantasías sobre el segunda le restan tiempo a su vida. Y entonces lo enferma deseo de encontrarlas a todas.
El armador que elige los grandes renuncia a todo por terminarlo, porque de haber unidos dos mitades nace la ilusión de una Gran Pieza. A veces pasa tiempo antes de encontrar la siguiente. Pero eso no depende del armador, sino que las fichas se apilan en un orden dirigido por Dios.
El armador que elige los grandes nunca sabe dónde va a encontrar la siguiente pieza. Un día encuentra una y un día cualquiera, cuanto menos lo espera, se encuentra con otra. Casi seguro debe abandonarse a la suerte y a su destino. Pero cuando dos mitades se unen, el Armador se fortalece en las esperanzas. Y todo el presente cobra sentido.
Aunque tarde mucho, el Armador no se vence. Su ilusión de esta genial empresa posee todas sus horas, sus momentos... y sus soledades.
Encontrar las piezas que encajan depende mucho de la suerte. Y aquí algo curioso: Si el armador cae en la trampa de premeditar, la suerte se le rehúsa. Las piezas solamente se encuentran por amor hacia este el juego divino. Y aprender eso lleva tiempo. Se sabe de armadores que abandonan el rito de la búsqueda que corona de sentido a la vida, cuando ya se hace insoportable la locura que, poco a poco, va engendrando la amargura de los planes no concedidos por la Casualidad.
Las instrucciones de los grandes rompecabezas no se leen ninguna lengua humana. Sólo cuando se comienza a comprender que sí había Lecturas Divinas, el hombre se hace gran hombre. Y la suerte vuelve a su lado.
Algunos armadores han buscado por toda la Tierra un modelo que les ahorre prodigar horas y esfuerzo. Esto es por desear todo el tiempo ver la figura ya formada. Pero el armador que elige los grandes debe ir aprendiendo de sus propias lecciones. Entonces el Gran Rompecabezas los elige, como si hubiera estado esperando desde antes del tiempo a una persona digna de su belleza, exagerada por la complejidad. En realidad nuca se supo quién es elegido por quién. Quizás los dos hayan planeado enseñarle al mundo lo inútil de las planificaciones. O tal vez estén los dos destinados a una rueda de vidas donde uno deja de existir en la ausencia del otro.
El rito de los Grandes Rompecabezas se destaca por un detalle que no se ve en ningún otro lado: la relación entre los armadores y Dios. Quizás los Grandes Rompecabezas sean un sendero que ejercita la fe de los grandes corazones que se volvieron pequeños cuando el la realidad los domestico para la razón. El hecho es que los Grandes ennoblecen a las personas de grandes virtudes.
La espera de encontrar piezas que encajen es lo que hace tan valioso el momento del encuentro. Y la figura que escondía el Gran Rompecabezas empieza a dibujarse en la ilusión.Algunas piezas estaban a la vista… ¡Y era tan fácil verlas! Pero lo inevitable es el fracaso que fortalece la experiencia. ¿Cómo será mi próximo rompecabezas? Llegando al final, el armador que elige los grandes halla su recompensa: Sabiduría y dignidad.
Pero mientras dura la aventura de un Gran Rompecabezas, el armador que elije los grandes nunca se para a pensar en la posibilidad de abandonar. Por que son Uno: el Gran Rompecabezas, la vida, Dios… y el armador.
aciendo un recuento, podría contarte algo de las lecturas que han ido acompañando a mis soledades.
El primer libro que disfruté fue a los ocho o nueve años. Se llamaba Tic-Tac 3. En su momento no me di cuenta, pero ahora que me das la oportunidad de hablar de esto, reconozco la cantidad de valores que vamos olvidando a través de los años. Y lo peor de todo es que esta verdad no me entristece tanto como para llorar. ¿Qué nos pasa en la vida que aquello que defendimos con tanta pasión nos importa menos al ir creciendo?
Tic-Tac 3 era nuestro libro de estudios en tercer grado. Desde el comienzo sin índices ni prólogos, relataba a veces en primera persona, a veces en tercera, las aventuras de un grupo de amigas y amigos, también de tercer grado, iguales a nosotros cuando salíamos de la primaria. ¡Era tan tierno! Todos los cuentos tenían ilustraciones de sus personajes, y no duraban más de una carilla.
Recuerdo muy bien la mañana que lo terminé. Había pescado yo una angina (no sé si real o fingida), y me quede en casa en vez de ir al colegio reposando en la cama de mis padres. En aquel tiempo no nos faltaba nada, pero no teníamos mucho. La tele pequeñita a blanco y negro era mi (como quien dice) eléctrica compañía. Y aunque funcionaba casi todos los días, de vez en vez me obligaba a otras distracciones un traicionero apagón de luz.
El caso es que ese día me acomodé sobre las almohadas y pensé en adelantar algo de mis tareas para que me sobren las tardes de ocio. Faltarían treinta hojas para el final de Tic-Tac 3, pero yo me propuse cinco capítulos y luego descansaría. Y entonces sucedió algo impredicho: Cuando cumplí mi meta, pensé que podría leer todavía más, tal vez otras cuatro o cinco hojas. Y cuando las acabé pensé leer otras más... y casi sin querer di vuelta la última hoja con lágrimas en los ojos. Haciendo un símil me pasa lo mismo con las canciones demasiado bonitas. Cuando acaba la ultima nota, uno se queda desilusionado, deseando que hubiera sido más larga.
Después de ese libro, he leído manuales de física, educación cívica, historia, caligrafía técnica... y otras literaturas de renombrados autores... pero mi segunda lectura por propia voluntad coincidió con mi primera visita al mar, más o menos un año antes del coma. "El joven Lennon". Nunca me voy a olvidar. La mirada de Lennon siempre me había impactado, esos anteojos perfectos, la nariz aguileña… y por supuesto el mito. Sin embargo aquel libro no era una cronología de su música. Hablaba de su tía (creo que Mary, o algo así), de su primer guitarra y su primer grupo: “The Quarry Man”, que hacía honor a su colegio, "The Quarry Higth School". De todo eso, lo que más me llegó, fue a mitad del libro más o menos, el accidente de su madre, justo cuando todo se orquestaba para que la relación fuese a mejores.
Ahora me acuerdo de algo muy gracioso.
Cuando desperté del coma y me quitaron aquella invencible traqueotomía, los médicos me hacían preguntas para evaluarme el entendimiento. Al principio me encantaban, porque eran muy simples: ¿En qué año naciste?, ¿cuando cumplís años?, ¿como te llamás?... ¿Te acordás que comiste al mediodía? Y yo respondía con mucho gusto. No sé si habrá sido el efecto de la anestesia lo que me hacía sentir tan feliz, pero cuando me preguntaron "¿Cómo se llama tu padre?", asocié enseguida con la vida de Lennon. "Mi padre nos abandonó cuando cumplí cinco años", fue mi respuesta para una sala llena de gente que me observaba. Entre ellos mi viejo, que se había quedado con migo todo el tiempo que me duró el inconsciente, leyéndome El Principito, con la esperanza de que lo estuviera escuchando. Con el paso del tiempo me di cuenta que ese libro cambiaría mi vida para siempre (Por el Color del Trigo).
Poco tiempo después del alta volví en silla de ruedas al hogar que no veía desde hacía tres meses. (Qué alegría me dio volver a ver a mis perros y la higuera del fondo).
Y así también, una tarde de esas asumí que debía dejar el fútbol, aunque debo confesar que todavía hoy albergo la esperanza de algún milagro sanador. Fue en ese momento que compensé mis corridas con el aprecio a los libros. Y así, sin muchas opciones más, pase lo años que siguieron al accidente recostado, moviéndome por la casa con un inmenso dolor, pero siempre acompañado por algún clásico literario. Al tomarme tan en serio la utilidad de los libros para mi post-operatorio, mi madre (siempre con sus atenciones), decidió regalarme un gran bibliorato. Cuando lo vi por primera vez lo supliqué por uno más chico, pero hasta este día le agradezco haberse hecho de contras.
Al principio me fue bastante difícil leer a Borges, entonces practiqué con otros autores, aspirando que con el hábito de la lectura simple, podría el día menos pensado leer "Historia de la Eternidad" o "El Aleph". Y así fue. Al poco tiempo ya devoraba autores reconocidos por el mundo entero. Así aprendía a ser lo más feliz que podía sin salir mucho de casa. Se me había hecho el mal hábito de subrayar a escuadra los pasajes que mas me gustaban, muy prolijamente. Y como si me fuera a servir de algo que no sea por vanidad, luego memorizaba los que más me habían impresionado. Recuerdo todavía los más sobresalientes: "Me satisface la derrota porque es un final y yo estoy muy cansado", o “A cualquier hora puedo jugar a estar dormido”, o “Reclute mercenarios duchos en la sangre que fueron los primeros en desertar”. Pero no le sirvieron mucho a mis expectativas. Y así una fecha cualquiera, me di cuenta que casi había llenado mi detractada biblioteca.
Pero te cuento algo curioso. Después de mi sexto Borges (El libro de Arena), ya no pude volver a leerlo con el mismo entusiasmo. Todavía no descubro el porqué. Y como si nada, en plena presencia de aquellos amigos tan íntimos, abandoné la lectura por tres años para arriesgarme a la vida buscando el amor.
Pero de todas aquellas filosofías incorporadas, no hubo una sola que me insinúe la fórmula para encontrar la mujer de mis sueños. Entonces, hacia fines del 2mil, me regalaron para mi cumpleaños un libro con la siguiente dedicatoria:
Hijo mío: Espero que leas este libro
y que te ayude aunque sea un poquito.
8.8.2000
Y aunque en ese momento no les encontraba otra nómina que la de "pequeños milagros", empezaron a suceder en mis días y noches las asombrosas sincronicidades. Y claro que sí.... aquel trabajo de un mes que sanó las heridas de mi espíritu logro por añadidura el encuentro de uno de los amores más grandes de todo el mundo. Si hubiera sabido que se terminaría, probablemente hubiera sido mucho más misericordioso, como ella insistía en enseñarme.
La razón más probable por la que se obedece cuando uno es chico, es porque todavía no sabemos bien lo que vamos buscamos. Quizás por eso leamos lo más reconocido, dejando a un lado los conocimientos que nos hacen falta para alcanzar nuestros mejores sueños.Y aunque me niegue a creer que fue en vano, cambiaría todo ese tiempo de volúmenes leídos, por alguien que me advirtiera lo que me costó tantas pérdidas aprender.
upe que recibió las dos, pues en el 2oo4 un misterioso llamado inoportuno y esperado llegó a la una y media del mediodía me hizo respirar un poco, y el recuerdo de su piel castaña me imaginó un perfume a resistencia y entrega. Hoy he visto a uno mujer perfecta, y de nuevo me castiga el recuerdo del Color del Trigo, esta vez más doloroso: pues reencarna luego de mucho tiempo esta melancolía, ahora sumada a la posibilidad de no regresar nunca más, pues es muy cómodo al otro lado del Atlántico estar a salvo de nuevos rechazos y el dolor que uno siente cuando la mujer que ama tiene marcas en la piel de otros amores. Y mi dolor aún se acrecienta, se multiplica, es exagera, al recordar el principito que yo era antes de ella. Este dolor se infinitiza cuando hago memoria de la desnudea de mi alma cuando estaba ante ella, pensando que mi entrega sería una muestra más de voluntaria fidelidad .Y me pregunto un momento, de haber sabido en aquel tiempo sobre la consecuencias de forzar el sino, de haber intuído la contraproducencia que podría experimentar el corazón de una mujer que sueña con su príncipe azul... es casi seguro que hubiera tratado de disolver mis rencores, de aprovechar las soladades que me facilitó la minusvalía para pintar mineros retratos o remarcadas caricaturas; o quizás – me suena mejor- la añoranza que su ausencia me provocó habría sido en mi cuaderno una Ilíada urbanizada. Per en vez de eso: analizaba todas las conductas posibles que se me ocurrían cuando la presentía viniendo hacia mí. Y lamento muchísimo que mi escritura sea sólo una manera de aliviar mis penas y mis dolores repentinos, pues si me hubiera acostumbrado a escribir sobre sus hermosuras, dedicaría en esta mañana los versos más hermosos para la quietud sub-tormesina..
Como si me pareciera que hago algo malo, tal vez por que leo tenga fama de temer al verdadero amor, abandono de golpe las líneas más hermosas que debería dedicarle, y vuelvo en una línea próxima a aquel momento del año 2005, el día 15, cuando regresé a la plaza para ver si todavía estaba el Principito que yo le había dejado. Ella estaba esperándome, tomando mate, al lado de la misma Virgen mediadora. En un momento se dio la vuelta, me miró, me vió... y no nos dijimos palabra.
Ya no me convencen los principios cristianos ni metafísicos, son demasiado rigurosos, y aunque le he sido fiel a ambas doctrinas, me he llevado muchas desilusiones. Yo pensaba que ella algún día cambiaría.
Otra vez me lamento terriblemente. Quisiera haberle hablado con palabras que la hicieran elevar hasta los olimpos de su fe, o por lo menos resguardar la que ya tenía.
De nuevo la Coincidencia me ataca con sus repentinos dardos, que arrojados por Quien Me Ama atinan en el centro del mi ingenuidad, como si mis lágrimas pretendieran enseñarme la verdad de mi pasado, reemplazando mis utopías por asociaciones de mis nuevos principios con los últimos relatos de mi tercer Principito. El número 22 se cuela otra vez en mis tramas manuscritas, como recomendándome para que siga andando por este sendero que construye el renombrado Bosque de mis Prosas. Y como redescubriendo un antiguo sino escucho entre los árboles a un Ruiz Señor, dictándome una estrofa guiadora:
El camino que conduce
A nuesta casa de regreso
Estuvo marcado de antemano
Por las huellas que ha ido dejando
El fósil de nuestras experiencias.
Para el fiel observador
Es sencillo retomar la marca de su paso.
Este rastro es parecido al que dejaban
Personajes de viejas narraciones.
Sólo que ningún pájaro vivo
Es capaz de robar
Por más hambre que tenga.
Cuando en el silencio la Reflexión nos amenaza
Con revelarnos el sitio que buscamos,
Mirarás sobre tus hombros por la Playa de tu Vida.
Lamento mucho no haber podido acabar mejoreste libro. Siento mucho la incapacidad que tienen mis frases para describir los momentos de aquellos días. También hubiera querido haber hecho más muestras de su belleza, no sólo su de pelo y de sus labios. Me hubiera gustado que al leerlas, ustedes se la imaginen tal como yo la recuerdo. También pido disculpas por mi pereza y mi ansiedad. Quizás de darme más tiempo escucharía fielmente el dictado de mis memorias. Y estos escritos serían tan ciertos como el dolor o la felicidad pasada. Hoy me duele el hecho de haberme divertido tanto, sacrificando las oportunidades que me hubieran convertido en un buen hombre de letras. En estos momentos es cuando me arrepiento de haber desobedecido tanto a mis padres, haber dejado el colegio… y confiado en los desconocidos. Es aquí que extraño tanto a los juguetes que vi por última vez hace ya veinte años…y cambié por un cortaplumas Y recuento mentalmente los libros que tanto gusto me daría el ver hoy y regalé, en vez de encerrarlos en un baúl. Me parecía que así se ganaba a la verdadera amistad. Siento mucho no haber arreglado lo que se había roto… cuando aún quedaba tiempo. Siento mucho no haber sido más disciplinado, para que este libro no admita correcciones ni burlas, y que ella nunca tenga la necesidad justificar ante terceros mis cacofonías y reiteraciones. Si yo hubiera obedecido un poco más, seguramente hoy ya llevaría algunos libros escritos, y hubiera tenido más experiencia al ir contando esta historia. Por eso: No te culpes ni culpes a nadiede que este libro no haya acabado mejor, con un final digno de tus ojos, de tu voz, de tus ausencias… Como el que vos te merecías. “Gano –dijo el zorro–. Por el color del trigo”.